Por Bautista Franco
En agosto de 1981, Jorge Luis Borges llega a Córdoba y confiesa a un periodista que no ve ninguna salida política para el país. Que si le ofrecieran ser dictador, él renunciaría.
A pesar de ser Buenos Aires la cuna de su poesía, el amor por algo de Borges quedó en Europa, continente de sus libros y recuerdos creados por la imaginación. Había vuelto y en el viejo mundo era aclamado, decenas de premios y reconocimientos llovían sobre el añejo y ciego escritor. En Argentina, por lo pronto, se respiraba la vuelta a la democracia con débiles calores, la dictadura ya estaba enclenque.
Quizás por eso su tumba está en Ginebra y sus textos hablan mucho mejor de otros países que de este. En una entrevista televisiva en España, declaró que a su edad uno se inclinaba más hacia la derecha, que era parte de la vida.
En los últimos años de su vida llegó a declararse anarquista (spenceriano), sus defensores de izquierda defienden ese recuerdo y también que ciertos poemas suyos hablaban de la revolución rusa. El escritor era, por lo pronto, un ser individualista. Parte de su secreto en la escritura era que creaba el mundo desde su ojo: lo que él imaginaba era, de alguna manera, real por un momento. Rechazó cualquier idea colectiva en términos generales y se declaró antimarxista y antiperonista. Era escéptico de todo y creaba desde su puño una realidad que solo podía ser creída por el que miraba desde su nombre el mundo.
Manifestó su intención de escribir un cuento sobre “la revolución libertadora”, el golpe de 1955 en Argentina perpetrado por Aramburu y Rojas, y ese mismo año fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y tomó las horas de Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires.
El hombre que le dedicó su vida a las palabras, que fue homenajeado en el mundo de la literatura innumerables veces y que cambió las letras del globo, eligió morir en Europa, renegar de Argentina, aunque debiera más a la dictadura que a su tierra. Tal vez hubiese preferido dejar en el olvido sus primeros poemas. Pero lamentablemente eso ya lo había imaginado y ya era texto de su vida.