Por Bautista Franco
Este 8 de septiembre la mamá de Fabio Basualdo anunció por las redes sociales que el expolicía Nelson “Urraca” González había sido extraditado de Chile para enfrentar su condena a 14 años de prisión por homicidio. San Rafael fue escenario de ese hecho.
Fabio tenía 16 años y un tiro en la nuca. En el barrio Pueblo Diamante le plantaron un arma y lo acusaron de delincuente. Los medios rápidamente salieron a cubrir a las fuerzas policiales y la Justicia misma le otorgó el derecho de libertad condicional a quien, luego de apelar la condena, se fugó. La sentencia fue de homicidio doloso, según la Justicia, un accidente. Las pruebas, sin embargo, fueron muy claras y señalaban un caso más grave, de «gatillo fácil». Un testigo vio a Fabio con las manos en alto, se comprobó que se plantó un arma, Fabio estaba desarmado, González tenía un arma cargada, Fabio estaba muerto.
Ahora, después de tantos encubrimientos, de tanta agua en el río, después de darse a la fuga y de ser atrapado, es menester pensar en los márgenes de la Justicia. ¿Cuántos casos de «gatillo fácil» hay impunes? ¿Cuántos policías asesinos libres por el derecho a dudar de su culpabilidad aunque estén llenos de pruebas? La mirada de Fabio será el recuerdo de la justicia, pero también de la impunidad, porque no hay precio por una vida quitada, ni por el sufrimiento, ni por el olvido que poco a poco se ciñe sobre los cuerpos.
Desde el inicio de la democracia los llamados casos de «gatillo fácil» ya acumulan más de 5 mil. Durante la cuarentena la cantidad de casos se acerca a uno por día, no sabemos cuántos hasta que se hagan todos los relevamientos, ni sabemos cuántos están muriendo mientras se escribe este artículo. Suele pasar que nos matan más rápido de lo que tecleamos.
Cualquiera de nosotros podría ser Fabio Basualdo, Santiago Maldonado, Facundo Astudillo Castro, Luis Espinoza, Valentino Correas, Rafael Nahuel… Cualquiera menos ellos.