Por Marlon Zambrano
Desde la semana pasada está disponible en Netflix “Parasite”, un filme del director Bong Joon-ho (Corea del Sur, 1969) que costó apenas 11 millones de dólares y sorprendió al mundo al alcanzar cuatro de los principales galardones en la 92ª edición de los premios Oscar que otorga la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, incluido lo que no había pasado jamás: premio a mejor película siendo extranjera (aunque también ganó el premio a película internacional).
Bajo la óptica de un agudo humor negro, drama y crítica social, la película narra las circunstancias que le permiten a la humilde familia Kim ascender desde el semisótano donde habitan (en alusión al mito fundacional de la caverna de Platón) hasta el escalón-estrato de la rica familia Park, acomodada en la sofisticada plenitud de su inmensa vivienda en una alejada colina de clase alta.
Es también un viaje desde las precariedades económicas hasta la holgura, y más allá, cuando los Kim en pleno (hijo, hija, padre y madre) logran fagocitar a los Park a través de una serie de estratagemas que los ubican en cargos domésticos de confianza, para finalmente desembocar en la esperpéntica tragedia donde subyace el summum del film.
El fenómeno Hallyu
Es una historia –podría decirse– elemental, que se vuelve entrañable gracias a su discurso universal, descifrable en todas partes del mundo, y acreedor de gran reconocimiento en casi todos los galardones en los que se ha inscrito: Cannes, Globos de Oro y los Oscar se rindieron a sus pies en las principales categorías, sobre todo en lo tocante a guion original, dirección y película en sí, por su altísima factura.
No hay duda de que se trata de una obra impecable, también porque su director, de 50 años de edad, no es ningún novato sino que, por el contrario, lleva más de una década impactando a los públicos del mundo (y a la crítica) con obras de la talla de “The Host” (2006), la película más vista en la historia de Asia; “Mother” (2009) y “Okja” (2017), con las que ha demostrado no solo tener una elevada sensibilidad para agregar fantasía y realismo mágico a su lirismo cinematográfico, sino que es tremendamente eficaz para verter mensajes que van desde los crímenes ambientales que denuncia en “The Host” y “Okja” hasta el drama implícito en las diferencias sociales de “Parasite”.
Hasta aquí lo meramente artístico. El cine de Joon-ho hace rato coquetea con la gran industria norteamericana, por lo que se mercadea desde el mismo tamiz con que lo hacen los largometrajes que produce la factoría Hollywood.
Los derechos estadounidenses de “Parasite” fueron adquiridos por la distribuidora Neon en 2018, antes incluso de haber sido estrenada. También fue prevendida a territorios de habla alemana (Koch Films), de habla francesa (The Jokers Films) y a Japón (Bitters End). “Okja”, su película de 2017, es ya directamente una coproducción coreano-norteamericana, con la actuación de reconocidas figuras del star system hollywoodense, como Tilda Swinton, Jake Gyllenhaal, Paul Dano, Lily Collins, Devon Bostick, entre otros.
Seúl, la hipermoderna capital surcoreana (siempre en vilo ante las amenazas genocidas de su vecina del Norte), tierra del supercoreado y bailado “Gangnam Style”, es sede de un singular boom cultural que arrancó en los años 90 con el paso del régimen dictatorial al democrático, hasta que la llamada Nueva Ola Coreana o Hallyu comenzó a tener ribetes de factoría masiva de música y series de televisión (nadie quedó inmune ante “Sonata de invierno”) para dar paso al cine masivo al estilo del fenómeno indio de “Bollywood”. No debemos perder de vista que la surcoreana es hoy la décima economía más grande del mundo.
Para ello han contribuido la originalidad de muchas de sus propuestas, los magníficos thrillers o sus imaginativas películas de ciencia ficción, de mano de auténticos genios del séptimo arte como el infaltable Kim Ki-duk y Chan-Wook Park.
No es de extrañar entonces que “Parasite”, más que un aislado fenómeno transcultural o una típica apertura estratégica hollywoodense, representa el paroxismo a un nuevo culto occidental. A fin de cuentas, vende millones.