Por Mayrin Moreno Macías
“¿La atmósfera? De misterio. ¿El final? Con muchos aplausos y risas”, dice el mago D Vall, quien no deja de dar gracias por todos esos momentos que espera que vuelvan pronto. Hoy, de tanto ensayo, le duelen las manos. Además, en esta cuarentena fortalece su presencia en las redes sociales, comparte videos y conserva una sonrisa vigorosa.
–¿Qué piensa un mago de esta situación?
–Me hace reflexionar mucho, ya que nuestro trabajo es interactivo: entregamos elementos al público, sacamos a espectadores para que sean asistentes, y en esta nueva normalidad me pregunto cómo serán los shows de ahora en adelante, porque habrá un cambio, pero de algo estoy seguro: cuando todo se reanude, el mundo entero va a querer volver a los teatros, al cine, a la reunión familiar, ir a pasar un rato con los amigos, anhelando como yo vivir nuevamente una experiencia frente al público y así estimular la capacidad de asombro.
Magia, música, magia
Su nombre “real” es Daniel Vallejos y su vida la comparte entre la música y la magia. Emigró hace tres años y medio de Venezuela a Colombia. Pasó por Barranquilla y luego se movió a Bogotá. Está enamorado de la ciudad, del clima y su gente.
Por un buen tiempo, en Venezuela, giró en el mundo de las tarimas y de las calles. Participó de varios proyectos musicales: grabó demos, discos y videos. Esto le permitió recorrer otras ciudades dentro y fuera del país. “Las raíces de estos proyectos fueron en las calles de la ciudad de Caracas, se comparte con distintos artistas, entre ellos magos, y al verlos actuar, volvieron a despertar esa chispa que ya había percibido en el pasado. Luego esos magos me mostraron los principios del ilusionismo y yo continué de forma autodidacta, siempre fue como un hobby, pero con todo esto de emigrar, me resultó mejor trabajar con la magia que con la música y más tarde me di cuenta de que amo con pasión formar parte de una de las más bellas formas de entretenimiento que ha conocido el mundo”.
No recuerda quién le enseñó el primer juego, pero era muy común que se lo mostrara a su familia. Era con dos bolas de papel que terminaban unidas. Otro lo aprendió con un tío, que le mostró dos sistemas de juegos con cartas. “En aquel entonces se les llamaba vulgarmente ‘trucos’, el famoso y clásico juego de las 21 cartas, un juego automático, y otro con una preparación previa de la baraja, que al darle un vistazo a las cartas, se podía ‘adivinar’ cuál había elegido la persona. Con eso hacía milagros, era un arma que podía sacar cuando quisiera porque ‘solo yo’ conocía el secreto y eso generaba un impresión en la gente que para mí era de impacto mayor”, dice D Vall.
Con el pasar de los años conoció la magia como arte. Compró su primera baraja «pro» y aprendió decenas de juegos, actuó para espectadores que no conocía, miraba sus reacciones y sus interacciones. Buscó más elementos como pañuelos, cuerdas, pelotas, pero la abandonó, hasta poco antes de emigrar a Bogotá.
Bogotá
Daniel trabaja “haciendo calle” por los rincones de la capital colombiana. Sube a los buses con un show muy vibrante. Al finalizar entrega su tarjeta de presentación. Un día una muchacha le dijo: “Tu estrategia es la mejor, primero nos haces verte en el bus, en cinco minutos generas impacto, luego uno se entera que hay un show completo con la misma energía y lo quiere compartir, porque ya vivió un extracto del performance y sabe la potencia que tiene…”.
–¿Cómo es tu acto?
–Suele ser un poco variante, puede adaptarse a cualquier espacio o situación. Tengo números musicales con una especie de coreografía, sin hablar, se va haciendo la magia muy visual; y los números «normales», donde se habla con un guion e interactúo con los espectadores. De haber algún homenajeado, siempre será mi asistente, quien a menudo también tendrá un pequeño disfraz. Busco la participación del público, no soy humorista pero siempre hay muchas risas en el show.
–¿Todavía se usa el “abracadabra” o la varita mágica?
–Sí, claro, eso está marcado en la memoria de todos. La varita es un elemento representativo para todos los magos, desde Harry Potter hasta la clásica varita negra con pintas blancas, que hace aparición en mi show muchas veces. En los números infantiles y familiares, los mismos espectadores eligen una palabra mágica para luego ser escuchada muchas veces en coro, eso da una energía al show insuperable.
Un poquito de arcoíris para la vida diaria
Daniel viste con el tradicional traje y el sombrero de copa. Sin embargo, le da su toque moderno. Las muecas en su rostro nunca faltan. “Es un homenaje a todos esos magos clásicos”, dice. Para él no fue fácil definir la magia. “Es un arte escénico donde con objetos cotidianos se puede llegar a hacer efectos imposibles e inexplicables. Eso sería una teoría base, pero va más allá. Este arte ha sido practicado desde tiempos inmemoriales, la vida de nuestros antepasados estaba empapada de magia, siempre vemos cómo los deseos y los sueños del humano, desde volar hasta multiplicar el dinero, a través de esta disciplina pueden hacerse realidad de una manera ficcional, y aún hoy en día nos basamos en estos principios. Para explicar esto más simple, voy a citar al maestro español Juan Tamariz: «Creo que el arcoíris es una metáfora muy hermosa de la magia. Es algo que existe, es verdad, está ahí, pero es una ilusión al mismo tiempo. Si hubiera un niño viendo el arcoíris, diría: ‘papá, quiero cogerlo’. Y le diría ‘no, mira, no se puede tocar'». La magia es igual, es una ilusión, y yo trato de vivirla dentro de mí, trato de que la vivamos durante un tiempo, yo espero, deseo, quiero, imagino, gozaría con que los espectadores se lleven un poquito de ese arcoíris y lo puedan aplicar luego a su dura vida diaria».
–¿Qué recuerdas de Venezuela?
–Mi familia, mis amigos, la música, Caracas, el Teresa Carreño, el centro de la ciudad, el Ávila, la chuleta ahumada…