Por Claudia Pussetto
Ilustración: @theaustralianboy
Abre la puerta del departamento. Antes de transponer el umbral de entrada le llega un tufo de orina y dolor.
Suspira. El día en la oficina ha sido agotador y el cansancio le pesa.
Enciende la luz, deja las llaves en la mesa, se saca la campera y la arroja sobre una silla.
Desde la mitad de la sala al fin ve a Thor, el viejo pastor alemán, que levanta las orejas y sacude la cola. Todavía, como puede, le festeja que vuelva.
Se acuclilla frente al colchón donde Thor descansa. Le acaricia la frente y el hocico. Le dice unas palabras, repetidas mil veces en quince años y el animal lo mira con devoción.
Busca el otro colchón que ya está seco y lo deja cerca. Va al baño y comienza a llenar la bañera. Mientras tanto se pone ropa vieja.
Cuando el agua tibia alcanza unos quince centímetros, acomoda un recipiente plástico devenido en almohada. Vuelve a la sala. Mueve a Thor con cuidado hasta que lo puede cargar entre los brazos. Sabe que la artrosis del viejo compañero es dolorosa, lo ha visto quejarse al caminar. Cada vez más, hasta que dejó de desplazarse.
Lo acomoda con cuidado en el agua y le apoya la cabeza en el recipiente plástico. Thor suspira. Cierra los ojos. Se relaja. Aunque sea brevemente, podrá dormir.
Él se sienta en el borde de la bañera y vigila ese sueño.
Intuye que no falta mucho para que el dolor termine.