Tomás Martínez Sancho

Por Yurimia Boscán

 

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La poesía refleja nuestra manera de mirar. Desde su particular condición nos permite hacer paréntesis para el espíritu y, aunque tal vez no siempre seamos conscientes de ello, ese detenerse a pensar poéticamente tiene a su favor su condición de eternidad apresada en el ojo que la enuncia antes de ser palabra.

Es entonces cuando el alma le pone alas a la mirada y desde su frágil batir edifica los cimientos donde se van colocando las pequeñas cosas que contienen las grandes manifestaciones que vamos siendo, tal como lo ha hecho Tomás Martínez Sancho, amigo y educador popular que le ha dado por cultivar memorias y construir un mejor mundo en su pequeña comarca: un barrio lejano de los altos de Miranda que se hunde en las montañas tequeñas y que lleva por nombre El Cristo. Allí vive, allí escribe, siembra, educa y enseña a soñar a los niños –y los no tan niños– de la localidad… Siempre me dice que cree en muchas cosas. Y yo creo hermosamente en él…

 

 

Credo de Tomás Martínez Sancho

Creo en la fuerza escondida de lo pequeño. En las canciones de cuna que llevan memoria de resistencia –la de la cebolla o la del negrito– y no en los viejos cuentos con que nos duermen.

Creo en la fuerza de la vida multicolor: en la Mamá Blanca de Teresa y en los ángeles negros de Andrés Eloy; en la Caperucita Roja que desafía al lobo y en la frescura vital de la Pantera Rosa; en los dinosaurios y unicornios azules de Orlando y Silvio, que viven bajo tierra o en los sueños, que se nos han perdido por años, pero que aún estamos a tiempo de encontrar, para hablar con ellos como lo hizo Patacaliente.

Creo en el zorro de arriba de Arguedas, raíz que salva de la muerte; en el caballo negro en el que cabalga Luis Alberto, libre y sabanero, que le permite arrostrar la soledad sin devastarse; y en el medio pollito del cuento del abuelo, burlador incansable de los poderosos.

Creo en la pequeña hormiga y en el sapo, en la liviana mariposa que sostiene el equilibrio natural.

Creo en el humano vallejiano que pasa con un pan al hombro, en la taza de café ofrecida por Juanita y en el plato de caraotas con arepa de Mireya.

Creo en el turrón de almendra hecho en casa, así como en la hallaca familiar.

Creo en las brujas, independientes y sabias, que aún merodean por los tejados.

Creo en la nostalgia de Piedra azul cuando se abre a un horizonte sin traumas.

Creo en Teresa, la de Ávila, en Juan de la Cruz,y en el maestro Eckhart, que buscaron a Dios en la negación de lo dado, por donde no había senda.

Creo en Espartaco, en Sócrates, en el galileo Jesús y en Juana de Arco, que afrontaron su muerte como vivieron su vida.

Creo en Job y en su derecho de protesta, y en el Vallejo de los dados eternos.

Creo en la inocencia de Magdalena, juzgada injustamente durante siglos, y en el descanso de Dios, ocasión perfecta para intentar de nuevo jugar a dioses, a ver si esta vez lo hacemos mejor.

Creo en el maestro Jesús, que libera a sus seguidores de todo otro mandamiento distinto de este: ÁMENSE.

Creo en el amor, que es darse.

Creo en las lunas de Lorca y en las cabras de Hernández.

Creo en el término de todos los insensatos procesos kafkianos.

Creo en Honorio vivo y en Godot que llega.

Creo en el final añorado de todas las esperas.

 

 

EL AUTOR

Tomás Martínez Sancho (Mendavia-Navarra –España– 1962). Vive en Venezuela desde 1981 como educador religioso marista. Licenciado en Educación, mención Matemática y Física, de la Universidad del Zulia. Autor (junto a otros colaboradores) del libro Historia marista de Venezuela, así como Historia de Mendavia en la primera mitad del siglo XX; además, tiene en su haber varios poemarios, entre ellos: Entreveros de Amor y Pueblo, Memoria Convocante y Jacob Combatiente. Otros escritos de corte bíblico teológico y ensayos sobre literatura venezolana completan sus preferencias en el ejercicio de la escritura, de los cuales se hallan muestras en su blog.

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