Por Claudia Pussetto
Ilustración: @theaustralianboy
“Vieja Chona”, gritan los niños cuando ella atraviesa, arrastrando los pies, un
pasaje de la villa. Los mira y les hace un gesto amenazador con una mano. No les
tocaría un pelo, pero quiere que la dejen tranquila. Los niños ríen y se alejan.
Chona, que tiene más penas que años, alguna vez fue una mujer atractiva, de
una ignorancia y una inocencia desmesuradas. Ambas condiciones fueron bien
aprovechadas por amantes, patrones y vendedores de ilusiones.
Entra a la pieza de latas y maderas en la que vive y se desploma en una silla
que en cualquier momento no soportará más el peso de ese cuerpo voluminoso.
Apoya el codo en la mesa y la cabeza en la mano.
Piensa.
En que no queda para comer.
En los cartones que no juntó para vender.
En la ayuda de los vecinos que no tiene ganas de ir a mendigar.
No poblarán su mente ni sueños ni ideas filosóficas. Sólo entenderá de la
tristeza que se mezcla con la obstinación de seguir, a pesar de todos.