Por Carolina Elwart
Lucía es capaz de sentir y decir dentro de la escritura. «Escribo para ser y dejar de ser. Percibo que es un lugar que me permite sumergir en lo más profundo de mí, como también escaparme de ahí. Es desahogo y grito, como silencio y plenitud. No tengo una respuesta exacta, creo que a lo largo la voy sintiendo, pero nunca la creo definitiva».
Su escritura comenzó intimista, reflexiva sobre ella, pero logró desplegar a nuevos narradores. La literatura siempre es parte de lo que somos, en esencia, pero a la vez nos permite el juego de ser miles más en el papel.
Les dejo la invitación a leer…
Huecos
El vacío lóbrego hace de su vida, podredumbre. Su alma emana hedor y pide a gritos el desenlace habitual para escaparse de sí. El ocio lo estremece y Kilian no es capaz de soportarlo por mucho más. El techo de la habitación se ha vuelto su perspectiva y su consistencia, un cuerpo inerte.
Un Otro cadavérico, pálido y etéreo se refleja en el espejo cada vez que logra levantarse ya caído el atardecer. Entonces ahí se detiene, sin ser capaz de percibir la agilidad del tiempo, e intenta buscarse. La espesura en su aparente figura, lo escudriña para destrozarlo. Tembloroso mira por la ventana: ha caído la noche, pero la luna ya no alumbra.
El desasosiego del hombre es mucho más vehemente que la realidad tempestuosa que corre allá fuera. La brisa de sus pensamientos derrumba y lleva consigo las posibilidades de cortejar el trayecto eterno al pozo desde donde, en el final impreciso, lo saluda afectuosamente la muerte.
No hay nada peor que la incertidumbre de no saber cuándo termina la ruina vetusta y la realidad aversiva que acarrea.
El regreso comienza
Te presentas ahora,
ave estúpida,
¡pareces hipnotizar!
Deja de mirarme,
no trates de guiar.
Tu canto se entromete
en mis oídos
y yo ya no quiero escuchar
déjame en el abismo
abrazar mi soledad.
No interrumpas lo que
desde un principio
fue mi voluntad,
y consiente junto a mí,
lo que quiero en verdad.
Quién sos, y por qué estás acá
Refulgen desde las persianas,
en el cuarto de nadie,
los opacos rayos de un sol
que poco calienta.
El aire silva fin,
la mudez grita mi nombre.
¿A caso no habías decidido
cercenar los días
de martirio?
El fuego irradia sombras,
las chispas buscan apagarme.
Aborrecibles los tormentos
que hierven la sangre
y vuelven a uno
un sitio inhabitable.