Por Yurimia Boscán
Ella siempre dice que tiene nombre de superhéroe, y así es, porque Floriman Bello Forjonel es una inspiración para todos los que la conocemos: trafica versos, baila tango, colecciona poemas raros y, aunque no lo quiera, es siempre el alma de la fiesta. Cree fervientemente en la amistad, en el amor, en la solidaridad y en la locura; sin embargo, su vivir intenso le ha dejado algunas decepciones, lo que paradójicamente la convierte en una descreída.
Es oriunda de Barquisimeto, estado Lara, la ciudad más musical de Venezuela, donde trabajó como profesora de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA). Cuenta con una maestría en Literatura Latinoamericana y fue la productora artística del local 2640 Cocuy, donde se daba cita la bohemia de la ciudad. Desde hace un año cambió el golpe larense por la cueca chilena y se radicó en Concepción, donde vive actualmente. Allá es profesora asesora en investigación en Superprof Chile y community manager en Elemento Visual. He aquí las cosas en las que NO CREE…
No credo
No creo en la muerte como pensamiento sino como sentencia.
No creo en las cuatro estaciones, porque aquí solo llueve y escampa.
No creo en lo inusitado de la vida porque la vejez
es solo un pesado equipaje de mortales.
No creo en el oficio de escribir como garbo, postín literario, ni mirada trampa.
No creo que el escritor muere, sino que su escritura se jubila.
No creo en las historias de magos, caballeros y princesas;
creo en las burlonas, exageradas, extravagantes, impúdicas
e ilícitas historias contadas con íntimo redoble umbilical.
No creo en hacer un hoyo en la tierra; es necesario cavar la memoria
como lugar poblado de voces que recorren caminos.
No creo en el pecado heredado ni en la sangre como sentimiento de culpa
para lavar penas
creo en la rebelión que, desde la cama, lanza puñaladas contra la liturgia.
No creo en la palabra como remordimiento, como látigo ni consuelo,
pero sí en la inmortalidad de un poema.
No creo en el panfleto como huella de canto, lloriqueo de quienes farfullan
y siguen hablando sobre el asfalto.
No creo en la huella hueca de la indiferencia ni en la lágrima de largo embalaje
que se va como garúa con los mercaderes de dignidad.
No creo en la burócrata fuente primitiva que nos obliga a existir
como metales indefensos y sónicos mártires.
No creo en la Anarquía porque ya es un sistema con club de fans
y sucursal en las esquinas.
No creo en las modulaciones del tiempo que pasan parsimoniosas
como filoxeras.
No creo en aleluyas que salen de pechos oprimidos y llegan como ánades,
presagiosas y desoladas.
No creo en la voluptuosidad de la poesía que deja sin aliento
con una evaporación vital,
y da golpecitos en la espalda con razones enredadas en los párpados.
No creo en la historia y sus límites anacrónicos.
No creo en la Utopía.
No creo en frases escuetas que crecen en la página y enmudecen al amante.
No creo en diástole ni sístole porque mi corazón late a la izquierda.
No creo en los nombres, son una identidad sustantiva de vida en constante exilio.
No creo en El Paraíso; no tengo sus coordenadas.
No creo ni en mi sombra ni en el calendario.
No creo en la inexistencia, creo en la utilidad del suicidio.
No creo en los privilegios de alfombras mágicas.
No creo en lo que no he pensado, creo en lo que he dicho.
No creo en lo que no ha sucedido.
No creo
No creo
No creo