CALLE LITERATURA | Julieta Rabino

Por Carolina Elwart

 

Julieta tiene una energía de huracán, que a veces está en calma para luego arrasar y desacomodar a quien esté en su cercanía. Un huracán azul y rojo, como el club de sus amores.

Profesora en Lengua y Literatura, nunca ha dejado las zapatillas. Da clases en San Rafael y en una ciudad de San Luis: Unión. Pasa sus días entre pintar, cantar, dar clases y viajar. Aún cansada y con ojeras, sabe escuchar y acompañar cada vida estudiantil que la roza. «Escribo para no olvidar», y no se olvida de volver, de escribirle a su pueblo, Monte Comán. La generación sin el tren vio a un pueblo transformarse. «Mi infancia fue hermosa, junto con mi adolescencia, hay cosas que debemos seguir escribiendo y contando, aunque ya no esté más el ferrocarril».

Su práctica docente está llena de momentos mínimos que tampoco quiere dejar pasar. «Ojalá nunca me olvide de lo que hacemos en el aula», y entonces escribe.

Julieta Rabino está preparando su libro con una recopilación de historias personales, de la escuela, de la vida, porque al fin y al cabo, si vamos a vivir una sola vida, que al menos alguien la recuerde leyendo un libro nuestro.

 

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Alfajores

Hace algunos días salí de mi casa en busca de víveres. A una cuadra hay un supermercado, pero la fila de gente que aguardaba en la puerta se extendía unas dos cuadras más allá. Decidí entonces seguir caminando por la avenida y me encontré con un mercadito chino que nunca había visto. Esto de la pandemia nos hace descubrir cosas que antes no veíamos. Cómo puede ser que incluso algo tan visible como un mercadito chino haya pasado desapercibido durante tanto tiempo frente a mis ojos.

Entré.

–Buen día –dije, recibiendo por respuesta un leve movimiento de cabeza del único cajero que había. Tomé un canasto y sentí como una extraña mezcla de sensaciones me embargaba.
Caminé entre las góndolas observando con sorpresa muchas de las cosas que pasaban frente a mis ojos, pero de repente algo me paralizó: sección golosinas – alfajores de diferentes colores – envoltorio verde – letras rojas: “GUAYMALLÉN CON DULCE DE MEMBRILLO”, leí.

Impactada frente a tamaño descubrimiento, tomé un par de alfajores en mis manos, me reí, necesité compartir mi felicidad con alguien, les envié una foto vía whatsapp a un par de amigos, volví a reír, olvidé la mitad de las cosas que debía comprar, me dirigí hacia la caja aún estando en shock y exclamé:

–¡Qué bueno que tengas estos alfajores!

Hubo un silencio por respuesta, pero no conforme con eso insistí:

–¡Hace un montón que no los veía! Una vez leí que los hacen en menor cantidad porque se conservan menos tiempo. ¿Los has comido vos?

Esta vez mi interlocutor respondió, pero sus palabras fueron ininteligibles para mí.

–Ah, claro –respondí. –Pero, ¿has comido de estos? –le dije señalando el paquete.

–¡Azúca! –me respondió, y en ese momento una amplia gama de interpretaciones se despleglaron en mi cabeza: no supe si al chino no le gustaba el azúcar, si estaba poseído por Celia Cruz o si tenía diabetes. Opté por la última opción:

–Ah, sí, mi papá también tiene, es una cagada… –le dije.

Nuevamente fui incapaz de interpretar su respuesta, pero me pareció una falta de respeto quedarme en silencio. Por eso agregué:

–¿Y vos te controlás con las tiritas?

–¡Cajita! –me respondió, y con una sonrisa acomodó mi compra dentro de una caja que levantó del suelo.

–Hasta luego –le dije haciendo un movimiento de cabeza, ya que no podía soltar la caja. El chino respondió con una sonrisa.

La verdad es que al final no supe si era diabético o simplemente no le gustaban los alfajores.

 

Codo a codo

Mi hermano Saúl creó en mí el hábito de seguir el deporte que sea a la hora que sea.

Madrugadas de mundiales y chocolates marcaron mi infancia y adolescencia, y después de ver cosas como estas, hacíamos aros de básquet con alambre y pasábamos tardes completas jugando en el patio.

–¡Muy bien! ¡La agarraste! –me decía después de un mal cálculo que terminaba con un pelotazo en mi nariz.

–Dale, yo ahora juego con la zurda –expresaba para disminuir los puntos de desventaja.

–Vos podés ser Nocioni, que es re importante –exclamaba para personalizar mi pobre desempeño basquetbolístico. Pero en el fútbol, como arquera, entraban más en juego los rasgos físicos: –Dale, sé Higuita, que en el último partido tenía trencitas así como vos.

De grande entendí que esa comparación no me favorecía en lo más mínimo, pero le agradecí las horas de entretenimiento que me proporcionó la práctica de su famoso alacrán (que obviamente nunca me salió).

A veces me encuentro con cosas como estas y me acuerdo del momento exacto en el que nos encontrábamos marcados por el silencio ante la tensión, sus pacientes explicaciones, el festejo del final y la espera emocionada de un próximo partido.

Sinceramente no sé si me hubiese gustado algún deporte de no haber sido por él, pero sí sé que más que cualquier otra cosa en el mundo, lo que más me gustaba era compartir vida así, codo a codo.

 

 

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