Por Bautista Franco
- Estatua de Lenin en Fremont, durante el Desfile del Solsticio de Verano en 2009, Seattle. Foto: Sean O’Neill / Flickr
En el primer país del planeta, el territorio protagonista de las películas de aliens y zombies, donde el sueño americano se esconde bajo tierra, arden los neumáticos y las calles se ensalzan de algarabía y bronca. Manifestaciones gigantes, cortes, barricadas. Si no fuera por la pinta gringa, cualquiera diría que sucede en Plaza de Mayo con Pitrola caminando por ahí, pero es más probable que veamos a Will Smith desahuciado en esas postales.
Allí la tierra madre de la Constitución de la República Argentina sufre de la ausencia de su práctica, desde siempre, al parecer. Al final la Carta Magna es puro texto, como todas las constituciones, según dicen. En los hechos sucede que nadie cuida a las mujeres y hombres de «América» y las fuerzas de la ley y el orden reprimen a los trabajadores rebelados. Eso ya no es una historia exclusiva de América Latina.
En las plazas arden y caen los monumentos de los esclavistas, de los traidores, de los interesados y los tiranos. Las fogatas iluminan las noches y las vidrieras tapadas en su totalidad por el temor de que un octubre de Santiago de Chile se repita una y otra vez. Y ni las vidrieras aguantan en Estados Unidos. La noche americana es, por cierto, una mezcla de reivindicaciones viejas, tan viejas como el sistema imperante, y apuntan más allá de la justicia por un muerto. Los que están instalados quieren creer que el eje es la lucha de las minorías, pero son solamente un escalón de la crisis en la que han sumido a los pueblos del mundo y que despiertan en barricadas de lado a lado del país.
El checoslovaco Emil Venkov realizó una escultura de Lenin hace más de 30 años. La caída de la Unión Soviética hizo que el padre bolchevique termine en una chatarrería y por las más extrañas curiosidades del mundo su estatua, ahora, es figura de un nuevo proceso histórico del otro lado del mundo. Vladimir es un comunista incansable, un militante capaz de estar en todas las revueltas, a veces, como en Seattle, haciendo presencia en el medio de la plaza. Si bien Lenin no estaría de acuerdo en llamarse padre y se enojaría bastante, mucho más ahora que es un hombre de metal que mira con el ceño fruncido el horizonte.
De todas maneras, feliz día.