Por Rocío Zamarbide
Mi primer trabajo fue a los 17 años. Fui moza y duré pocos días porque me sometían a un constante maltrato laboral. El segundo fue a los 19 en la fábrica La Colina, donde todxs lxs trabajadores estábamos precarizadxs. Es lo que acostumbran estas grandes industrias, aunque existan algunas excepciones. En ese momento yo tenía la posibilidad de no trabajar, porque vivía en San Rafael con mi familia y salir a buscar trabajo fue una elección más que una necesidad. También trabajé en una tienda de ropa por unos meses y el pago era miserable, igual que en los trabajos anteriores.
Donde por fin creí haber encontrado un trabajo digno fue en la Ciudad de Mendoza, como secretaria en una escribanía. Allí trabajé casi un año y aunque el pago era justo al principio, me despidieron y me fui sin que me pagaran lo correcto. Todos los trabajos que tuve fueron «en negro». Y esa es mi realidad y la de tantxs jóvenes que estamos hartxs de vivir en la inestabilidad absoluta y de tener que optar entre estudiar o trabajar, y/o atrasarnos varios años en nuestras carreras universitarias, sin importar el esfuerzo que hagamos por recibirnos. Porque nos contratan, nos usan, nos precarizan y nos desechan. En pocas palabras, nos exponen frente al sistema como sujetos descartables, por no haber nacido con los privilegios que el capitalismo no le brinda a lxs hijxs del obrero y de su esposa.
Ante esta realidad, un grupo de jóvenes decidimos conformar la Red de Precarizadxs Mendoza, con el fin de organizarnos para pelear por nuestros derechos. Empezamos a unirnos a partir de la denuncia y el tuitazo que organizaron lxs laburantes de McDonalds y lugares de comidas rápidas y logramos contactar con otrxs jóvenes precarizadxs. Hicimos una primera asamblea por Zoom y de ahí surgió el grupo de Whatsapp por donde organizamos nuestras acciones, que votamos en asambleas (si querés sumarte, haz clic aquí). También estamos presentes en Instagram como @reddeprecarizadxsmza, donde podés informarte de nuestra actividad.