Las mujeres también silban

Por María Teresa Canelones Fernández

 

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Cuando escucho el silbido de una mujer, la palabra libertad ya no es una estatua, sino 2.140 kilómetros de desnudez, es el río Orinoco, un fascinante escenario natural que convive con la furia musical orgánica de selvas y bosques, donde la brisa no para de silbar. Habitan los sonidos ancestrales de las piedras, animales y pueblos indígenas. Allí se tejen leyendas de brujas que silban, así como de seres mitológicos de serpientes con siete cabezas. Cuando escucho el silbido de una mujer, es inevitable sentir la plenitud del tiempo, la indescifrable emoción de un volcán y la alegría de un sábado en parapente, porque en definitiva la mujer es música.

Y sí, las mujeres también silban. Algunas lo hacen nomás despiertan, otras al caminar por la calle, entre pañales y papeles de oficina, también al correr al supermercado, al ejercitarse mientras zigzaguean entre caca perruna, e incluso mientras sueñan, al dormir. Silban por miedo, por paz, por evasión y libertad. Silban decididas, o porque no les queda de otra. Silban por alegría, aburrimiento, naturaleza, personalidad, costumbre, intuición o imitación. Silban por nervios, por tristeza y felicidad. Silban por sospecha, rebeldía, silban a pesar de las etiquetas. Y por supuesto, hay quienes silban después de hacer el amor.

Muchas abuelas venezolanas silban el Himno Nacional como canción de cuna. Y algunas madres se comunican con sus hijos a través de chiflidos estridentes. Hay quienes lo hacen para llamar a los caballos, como es la historia de la docente Inocencia Fernández, quien recuerda que siendo una niña, cuando acompañaba a su papá al campo, este silbaba durante todo el trayecto, de ahí su fascinación por el silbido.

Fernández  recuerda que en una época en la que se dedicó a la música, cuando se aprendía las letras de las canciones, silbaba en los espacios musicales. Hoy continúa silbando boleros rancheros al hacer los oficios del hogar, “me remontan a momentos especiales de mi vida”. Confiesa que cuando algo le perturba el pensamiento o siente tristeza y no quiere hablar con nadie, silbar una canción o melodía le distrae, acompaña y aquieta su alma.

La psicóloga argentina Celeste Pérez Ghio opina que «el silbido para la mujer es aquella musicalidad libre de palabras y provee un lugar para dar rienda suelta al movimiento metonímico del deseo». Destaca que el silbido puede pensarse como resistencia y liberación frente al orden patriarcal que intenta apresar desde la pasividad, la sumisión a la norma y la jerarquización de los géneros, y se mueve más allá de la historia, las palabras, el sentido común y la moral”.

En un mundo donde las mujeres representan el 49,5% de la población, silbar es la garantía de que el planeta continuará oxigenado. Así que “pajarito, lindo, pajarito”, silba, la de hueso, la virgen divina, y la memorable ficción, de Elle Drive -asesina de la película Kill Bill (2003) de Quentin Tarantino-.

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