Por Mayrin Moreno Macías
Mónica Cinman forma parte del grupo de Jubilados Autoconvocados de San Rafael, quienes este 15 de junio, Día Mundial de la Toma de Conciencia sobre el Abuso y Maltrato en la Vejez, recuerdan que «el adulto mayor es una persona con totales habilidades y capacidades para vivir en sociedad»
“¿Mi pasado? No me puedo quejar. ¿Cómo me divertía? Como la mayoría de los jóvenes de los años 70: militando”, dice Mónica Cinman. También recuerda que la diversión no era una cuestión de reírse y disfrutar únicamente, sino de fuerte compromiso social. “Eso nos provocaba orgullo, placer… También estaban las otras diversiones: tener amigos, ir al cine, a mí no me gustaba bailar mucho, pero sí escuchaba música de todo tipo. Después llegó lo triste, lo horrendo, lo doloroso, las ausencias definitivas y es por lo que seguimos luchando, por una sociedad más justa. Hasta el día de hoy, cuando hablamos con gente joven, se sorprenden de nuestras experiencias”.
Ella pertenece al grupo de Jubilados Autoconvocados de San Rafael, quienes este 15 de junio, Día Mundial de la Toma de Conciencia sobre el Abuso y Maltrato en la Vejez, con megáfono en mano dicen: “Es una realidad donde impera un modelo social francamente consumista, competitivo, que obliga a las personas a ser absolutamente individualistas; a los adultos mayores, de alguna manera, se les ha ido arrinconando en la quita e invisibilización de sus derechos como personas. Hay tratados internacionales y la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo dice claramente, que cuidado no significa aislamiento ni abandono en un lugar porque tenga techo y comida”.
Quienes conforman este grupo, dice Mónica, “no queremos que nos sigan diciendo ‘viejos’ o ‘abuelitos’ y ‘abuelitas’, en un sentido compasivo. “Somos personas que venimos de toda una vida, de experiencias de distintos tipos, de mucho trabajo, de haber transitado épocas de nuestra sociedad en las cuales nos comprometimos con todo lo que hacía falta en torno a la solidaridad. Es lo que hoy nos atraviesa como grupo y sentimos que debemos continuar”.
–El maltrato a los adultos mayores es un problema de salud pública que pasa inadvertido…
–Algunos aspectos de la realidad de los adultos mayores tienen que ver con la salud pública, como la calidad de vida, que implica el bienestar emocional y físico en todas las situaciones, ya sea conviviendo con su familia o en los hogares, que tanto han crecido en este tiempo y que casualmente, por este modelo social, han sido una oportunidad, en la mayoría de los casos, para comerciar con una realidad.
–¿Por qué algunos asocian la vejez a lo negativo?
–Pienso que tiene que ver con ese modelo social de extrema competitividad en que lo externo, la presencia, el aspecto, es lo que gana lugar, pero también leía esta mañana un informe en el que se analizaba que las personas que ganan los Premios Nobel están por encima de los 62 años de edad. Eso significa que si bien hay un desaceleramiento, que tiene que ver con el desgaste propio de los años, por otro lado hay una plenitud desde lo intelectual que se está desaprovechando. Nosotros peleamos, en el buen sentido de la palabra, para cambiar ese paradigma y demostrar que el adulto mayor es una persona con totales habilidades y capacidades para vivir en sociedad.
Mónica también señala que esas frases “el pobre no puede”, “está solo” son parte de ese paradigma que insta a que el adulto mayor debe estar recluido y que es una persona que hay que atender y cuidar en sus necesidades, cuando es todo lo contrario. Son personas que han tenido todas las experiencias de quienes vienen detrás de ellos. “Estamos en condiciones de decir qué podemos hacer, qué necesitamos y qué queremos. De eso se trata este ‘nuevo’ paradigma, de rescatarnos de ese olvido y abandono social. Y vuelvo al ejemplo de los geriátricos, de los cuales no tenemos un diagnóstico porque no podemos entrar, supervisar, ver el manejo, y hay la leve sensación de que el maltrato flota en todos los ambientes. Es muy duro, muy injusto”.
Entre mates, películas y familia
Durante estos días de distanciamiento, Mónica y sus amigas, con el respeto de las normas y que además ninguna ha tenido contactos que puedan poner en riesgo su salud, se han juntado a ver una película, tomar una taza de té o a charlar cada una con su mate. Lo otro que hizo Mónica, apenas pudo, fue salir disparada a ver a su hija y nietos.
–¿Cómo y cuándo empezó a tomar conciencia de que era «mayor»?
–Hace un par de años tuve el privilegio de acceder a una jubilación. Seguí trabajando en la Universidad, también terminé una maestría, pero para nada sentí que me empezaba a limitar, de hecho, vivía en Córdoba y viajaba a Buenos Aires cada 15 días, tomaba un ómnibus en la noche, me iba para la Facultad, estaba todo el día y al siguiente pegaba la vuelta, siempre generando ideas, trabajando con grupos. Además había una devolución permanente, estaba en un grupo de trabajo y de estudio en el que el enseñar y el aprender circulaban permanentemente, no lo vivía como una cuestión de mayoría de edad, me sentía muy bien.
–¿Cuáles son sus mayores temores?
–Uno se cruza con tantos a esta altura… Pensando en los más jóvenes, que puedan disfrutar de una vida plena, y que no lo hagan da cierta tristeza. Y en lo personal, que mis nietos puedan tener la vida que deseen y que necesiten. Tengo una hija que vive lejos y no la he visto en este tiempo… También temo perder el entusiasmo de luchar por ideales o no tener interés en lo que le pasa a la gente, porque hasta ahora sigo convencida de que hay que luchar por una sociedad más justa.