“Me levanto todos los días con mansa energía para vender”

Por Mayrin Moreno Macías

 

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En la esquina de Yrigoyen y Godoy Cruz hay buena vibra. Marcelo Riberos hace lo que mejor sabe: vender. “Medias”, dice en voz alta, y estira la ese hasta quedarse sin aire. Ofrece lo que tiene: barbijos, soquetes, boxers y, por supuesto, mediasssss. “Qué queré, la buena actitud es para que la gente te compre. Les ofrezco con la mejor buena onda. Mi gancho es Dios. Él siempre pone la gracia, nunca me deja. A veces ando mal…”.

Él también canta para pasar el rato. “Canto de todo. Hay que ponerle onda”, y se ríe. A la hora de la siesta se queda laburando y se va hacia la zona de los restaurantes, las paradas de colectivo, al frente, en la otra cuadra, otra parada más atrás, camina hasta la San Lorenzo, vuelve, luego toda la Terminal. Ahí se le hacen las 3.30, da una vuelta por donde esperan los colectivos y, antes de irse a casa, vuelve a hacer todo ese recorrido de paradas de colectivo, la Coronel Suárez y Avellaneda, hasta que se hacen las 6 o 7 de la noche.

 

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«Queremos trabajar»

Cada dos minutos se escucha: “¡Hoooola, Marce!”. Y él responde: “Hola, Luz”, “Hola, Ramón”. Marcelo cuenta que la cuarentena afectó un montón a los vendedores ambulantes. “No nos dejan trabajar, a otro chico hace media hora le quitaron toda la mercadería”.

“Antes estaba fijo ahí, porque no molestaba la Policía. Pero ahora no quieren que haya vendedores. Esto es un trabajo. Nosotros tenemos familia. No estamos haciendo nada malo, es la forma que tenemos de trabajar. Ya sé que no pagamos impuestos ni nada, pero salimos con una docena de medias y con eso llevamos el plato de comida a la casa. Somos como cualquier otro. Ellos no fueron a la casa de los vendedores ambulantes a preguntar durante esos 50 días si nos faltaba algo, si tenemos comida. A nosotros nos queda salir todos los días a ponerle onda. Es voluntad”, dice.

Asegura que hace unas semanas lo metieron al calabozo por vender en un día que no le correspondía según su DNI y que estuvo desde las 10 de la mañana hasta las 3 y 30 de la tarde sin comer ni tomar agua. “Entiendo eso porque es su trabajo”, dice Marcelo, y cuenta que al otro día fue a trabajar, por su DNI, y se lo llevaron de nuevo, le secuestraron toda la mercadería y lo volvieron a meter al calabozo. Detalla que fue a la Municipalidad a solicitar que le regresen la mercadería y que lo han hecho volver un par de veces, pero todavía no ha podido recuperarla.

“Me levanto todos los días con mansa energía para vender. Cumplo con todos los protocolos. El día de mañana muchos que no pueden vender y tampoco conseguir un trabajo van a salir a robar. Pero no les voy a dar el gusto de salir y echarme una cagada, voy a seguir viniendo así sea con dos barbijos. No les voy a dar el gusto. No es el mejor momento para decirnos ‘vos no vas a trabajar’. No es capricho, salimos porque nos hace falta, no nos vamos a hacer millonarios con esto. Además, qué cara que tenemos para salir, no es fácil vender una media, algunos te miran con desprecio, te tratan mal. Queremos trabajar. Me anoté en los 10 mil pesos en la cuarentena, no me los dieron, y le dije a mi vieja ‘vendo y me los gano’, para que después te quiten toda la mercadería. Han pasado cuatro semanas desde que me la quitaron. Es un mes, es plata, es lo mejor que uno sabe hacer. Me encanta mi trabajo. He vendido orégano, ajo en la calle desde chiquitico, pero nunca le he tocado nada a nadie…”.

 

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