Por María Teresa Canelones Fernández
Leer un libro, una revista, llenar crucigramas, e incluso hablar por teléfono mientras nos liberamos de nuestras peores versiones orgánicas, es tan natural como celebrar la entrada al sanitario; ahora siendo esto lo habitual ¿por qué la gente escribe en las paredes de los baños públicos?
Coloridas e irreverentes frases -el 90% escatológicas- forman parte de un mosaico colectivo, que aunque arbitrario e improvisado, es contemplado con morbo y curiosidad por cualquier generación 20/20 o miope, aventajada solo por los estreñidos entregados al disfrute de los placeres fisiológicos y espabilados con las públicas declaraciones de amor de los visitantes clandestinos ansiosos por legalizar sus angustias pasionales, sus invitaciones indecentes e ironizar entre catarsis denuncias políticas y sociales.
“Hay que ser bien cobarde y ocioso para anotar números telefónicos en un baño”, dice entre risas Marbella Márquez, venezolana, radicada en Buenos Aires, asegurando además que entrar con un lápiz en un excusado resulta tan disonante y sospechoso como saludar en el propio lavabo. Sin embargo, poco después de su conclusión vacila con gesto maquinante y parece fraguar alguna venganza que tal vez quedará estampada en algún baño público de Argentina.
La psicóloga venezolana María José Canelones, afirma que los sanitarios públicos -por estar entre los lugares más íntimos que visita el ser humano- son el mejor termómetro para medir el desahogo, los reclamos, los secretos más disparados, las confesiones amorosas y hasta el desamor. “Todos estos temas que llegamos a leer detrás o delante de los retretes son en su mayoría cosas que la gente no puede decir en público y están relacionados a sentimientos de desesperanza y represión e influyen aspectos claves de la personalidad que van desde la formación familiar, escolar y emocional”, destacó la especialista.
Entonces si bien ir al baño parece ser uno de los momentos más esperados del día donde pudiera lograrse un importante rango de concentración y una indiscutible relajación muscular, también pudiera concebirse como un espacio para la reflexión y quizás también para descubrir la genialidad de un vago en expansión. Mientras tanto, como dice mi abuela: ¿por qué mejor no se rayan las nalgas?
Es que el garabatear en las puertas de donde hasta las moscas se escabullen, advierte que en estos lugares el anonimato es excitante por activar diversos territorios conductuales asociados más allá de la ocurrencia e irreverencia, a la necedad, holgazanería e indiferencia, comportamientos donde el atrevimiento es la máxima por no existir sanción alguna que sentencie ni censure la libertad de la imaginación. Así que en definitiva todo apunta a que no hay espacio más democrático que un baño público, ese juego inusual en donde se transgreden las normas y la dictadura del prejuicio es reducida al inodoro, un océano de bacterias en donde nuestro pensamiento más salvaje y libidinoso queda sellado como en las cuevas y cavernas del paleolítico.