CALLE LITERATURA | Martín Salvador

Por Carolina Elwart

 

Martín dice que lo suyo es la Educación Física, lo de escribir es un juego que se permite como lector. Escribe por amor a la lectura, admira a los escritores que crean mundos y transmiten sentimientos en una cadena de oraciones.

Su escritura tiene la potencia de empujarnos como lectores a querer saber hacia dónde nos lleva el narrador. Tiene una gran versatilidad para escribir con humor, con suspenso o desde el giro inesperado. Los invito a leer un cuento de sentada larga. Vale la pena llegar hasta el final.

 

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Metro al agua

Tom era el único hijo de los Bruner y si bien siempre quiso tener un hermano para jugar, no le gustaba mucho la idea de compartir cosas. Comenzaban las vacaciones de verano en Whitby cuando despertó ese lunes y se encontró con una sorpresa, en su habitación había un colchón sobre el suelo que anunciaba que iba a tener compañía. Mientras sacaba cuentas mentales sobre quien podría ser el huésped, se animó al pensar que quizá era alguno de sus primos de Scarborough y que el verano iba a ser más divertido de lo que esperaba. Todas esas burbujas de posibilidades se reventaron cuando se abrió la puerta y por ella entraba un viejo canoso con ropa bastante deteriorada.

—Hola niño, tú debes ser Tom —dijo al entrar el anciano mientras hacía gesto de dolor en cada pisada.

—Hola… ¿y tú quién eres?

—Soy tu abuelo niño, trátame con más respeto que te voy a poner en tu lugar sino yo mismo.

Tom se quedó en silencio observando, no sabía si estaba bromeando o realmente lo estaba amenazando ese viejo con pinta de vagabundo que decía ser su abuelo. Nunca antes había visto a ninguno de sus abuelos y la curiosidad empezó a ganarle al miedo asique comenzó a vestirse mientras lo escuchaba hablar.

—Me vas a tener que dejar la cama, ya estoy bastante grande para dormir en el suelo ¿Cuántos años tenes?

—Doce cumplí la semana pasada asique me debes un regalo.

—Doce años entonces llegué a tiempo. Apártate que quiero dormir una siesta, más tarde hablaremos.

Tom le dejó la cama para que descanse y salió corriendo a desayunar para poder jugar en su primer día de vacaciones. Y así se pasó todo el día. Únicamente entraba en la casa para comer. Le extrañó la ausencia en todas las comidas de su abuelo, supuso que el viejo estaba agotado, se veía bastante añejo. En la cena la única pregunta que les hizo a sus padres fue por el nombre del abuelo. Luego de terminar la cena Tom se encontraba agotado por correr tanto y decidió ir a dormir. Se despidió y se retiró a su cuarto.

 

—Bueno niño ¿sabes por qué estoy acá? —le preguntó el anciano al verlo entrar en la habitación.

—¿Porque estas viejo y necesitas que te cuiden? —respondió Tom intentando deducir.

—No…

—¡Entonces porque no tienes dinero y necesitas comer!

—¡No! —respondió el viejo impaciente— ¡Deja de intentar adivinar!

—Bueno, lo siento ¿por qué estás aquí entonces?

—Estoy aquí para darte esto y contarte una historia—respondió mientras le entregaba un reloj de mano antiguo hecho con plata.

Tom lo recibió asombrado, no esperaba para nada algo así. El tamaño del reloj ocupaba toda la palma del niño. En la tapa tenia tallada una quimera rugiendo parada sobre sus patas traseras. En la parte de atrás tenia tallada una luna creciente. Se veía tan delicado que se notaba que era una reliquia antigua. Lo abrió y el reloj funcionaba perfectamente y en la cara detrás de la tapa había una especie de rubí, o eso creyó el niño al ver una piedra roja rodeada de unas figuras geométricas. El dibujo se presentaba así: en la parte más exterior había un círculo, dentro de este había un triángulo equilátero, dentro del triángulo se encontraba un cuadrado y el centro de todo lo ocupaba la piedra.  Mientras lo miraba detalladamente su abuelo continuó hablando:

—Mi abuelo solía contarme una historia cuando yo era un niño. Él la había escuchado de su abuelo, y este de su abuelo. Hoy estamos los dos aquí sentados como parte de ese reflejo infinito de espejos superpuestos. Hoy te voy a contar la historia de Edward Bruner. Edward Bruner lleva nuestro apellido porque es justamente parte de nuestros antepasados, es uno de esos abuelos que comenté antes o quizá es todos. Nuestras raíces vienen de Varna.

—¿De Varna? ¿Dónde es eso? —preguntó Tom desconcertado.

—Varna queda en Rumania. Allí nació Edward Bruner cerca del año 1850. Su familia vivía de una pequeña huerta y criadero de cerdos.

La historia comienza como toda historia debe comenzar, cuando Edward fue a un bar, no iba con la intención de tomarse un trago, aunque mal no le vendría y a mí tampoco me vendría mal uno ahora. Entró a ese bar con la intención de encontrar un salvavidas, o por lo menos así él lo veía. Estaba comenzando a anochecer y sabía que en unas horas el famoso capitán August estaría reclutando gente para trabajar en el Demeter.

Edward Bruner nada sabía acerca de navegación, sin embargo se encontraba cansado de buscar trabajos y necesitaba uno que le diera suficiente renombre para poder pedir la mano de su amante. Estaba profundamente enamorado de Susan, una joven de tez pálida y pelos rubios, con la que mantenían una relación en secreto. Edward ya no quería seguir más escondiendo su amor por lo que decidió comprometerse con ella. Sin embargo para eso necesitaba la bendición del padre de Susan y sin un trabajo digno no lo obtendría.

Tenía tan solo 18 años, era alto y con músculos marcados a pesar de su delgadez. Su familia antes tenía tierras con cultivos que perdieron a causa del último incendio en Varna y por ello buscaba desesperadamente un trabajo también. Sus pómulos eran preponderantes, con una barbilla cuadrada y una nariz diminuta en relación al resto de la cara. Sus ojos azules y el pelo colorado son los característicos de la familia Bruner, al igual que el carácter fuerte. Estaba convencido que el trabajo en el barco no le sería de gran dificultad. Edward Bruner pidió una bere y esperó al capitán.

Fue fácil darse cuenta de quién era el capitán ya que al entrar lo seguían un par de subordinados y todo el mundo lo saludaba. Era bastante conocido, tenía fama de ser aterrador pero fiel a sus tripulantes. Al igual que darse cuenta la identidad del capitán fue fácil que le diera trabajo ya que tenían que llevar unas cajas de tierra y algunos muebles hacia Inglaterra pero varios marineros se habían bajado de la misión por supuestas supersticiones sobre ese cargamento.

 

Tom escuchaba muy atento al viejo y este sabía que había captado la atención del niño así que no se privó de detalles. Cada tanto hacia alguna pausa para darle más suspenso y gozaba de ver las ansias de Tom para que continúe. Siguió con el relato:

 

—Una vez que Edward Bruner consiguió el puesto en el Demeter, salió disparando del bar para contarle a su amada las novedades. En tres días saldría en la entrega de cajas y al regreso ya había acordado hablar con el suegro.

La familia Bruner tenía una discordia interna por lo que Edward estaba realizando, siempre fueron personas trabajadoras de la tierra y no confiaban mucho en el mar. Esos tres días previos a zarpar fueron de arduo trabajo. Cerca de cuarenta cajones llenos de tierra tuvieron que subir en el Demeter. Algo que le resultó curioso a Edward fue que en esos días de carga una vieja gitana con un largo vestido negro y un velo lleno de monedas de plata colgando como flecos los observaba tirando bendiciones sin parar mientras lloraba. Edward que desconocía  sobre navegar supuso que era una especie de ritual que hacían para la buena suerte.

En el día del zarpado, el abuelo de Edward le dio este reloj que hoy te estoy entregando y le dijo el siguiente proverbio rumano: “Un barco en el medio del mar son todos los barcos” luego le enseñó el reloj asegurándole que lo protegería en el mar.

 

—Las despedidas suelen ser siempre raras ¿no? —interrumpió Tom por la duda generada.

—Jajaja si niño, cuando son raras es porque quizá marquen algún suceso.

—¿Edward Bruner fue un pirata entonces?

—No precisamente.

—¿Se murió ahogado?

—¡No! ¿Siempre sos así de preguntón?

—Si, perdón. Continua. Quedaste en que le dieron el reloj.

—Me vas a volver loco niño. Bueno Edward Bruner despidió a sus seres queridos y salió al puerto. Antes de subir la gitana lo tomó de los brazos y le gritó unas palabras en un idioma desconocido para él, era como si le suplicara que no embarcara pero Edward Bruner se sentía confiado por el amor a Susan y por más miedo que le generó la anciana, la apartó para poder subir al navío y levar al fin anclas.

La tripulación estaba comprendida por nueve hombres. Los voy a nombrar maso menos por orden jerárquico. Primero estaba el famoso capitán August, lo seguían dos pilotos, un cocinero y el resto marineros entre los que estaba Edward. Todos menos el capitán dormían en un camarote compartido que a su vez era su lugar de estar. El olor en los barcos es algo bastante peculiar, Edward no tardó mucho en acostumbrarse y poco a poco fue conociendo mejor al resto de la tripulación.

Luego de cinco días de navegación entraron al Bósforo donde en el puerto abordaron empleados turcos para cobrar propina de peaje y pudieron seguir. Todo era tan nuevo para Edward que se sentía maravillado por cada suceso. Al día siguiente a través de Dardanelos, más empleados con insignias del escuadrón de guardias cobraron su propina y los dejaron seguir para cruzar el archipiélago. Al siguiente pasaron por el cabo Matapán. Cada lugar era distinto al siguiente, aunque los protocolos eran casi idénticos.

Cada noche después de cenar se armaban rondas de póker donde apostaban algunas monedas. Edward era muy novato pero se defendía bastante en el juego y aprovechaba para sociabilizar con el grupo. En la octava noche hubo un momento peculiar y desde esa noche todo cambió en el viaje:

“Tenemos a favor a Poseidón” les dijo el viejo Rick mientras dejaba sus fichas en la mesa entrando en la apuesta. Era el tripulante más añoso y con mayor experiencia en navegación que cualquiera, incluso más que el capitán del mismo Demeter.

“¿Poseidón? Ja ja ja” entre risas le contestaba el joven Petrovsky y todos rieron con él, siguió diciendo “llevamos cuatro días y ya estás delirando anciano, los años no vienen solos, jajaja”

Al escucharlo Rick se puse de pie y golpeó la mesa mientras lo regañaba al joven Petrovsky “Ríete todo lo que quieras muchacho, ya no estamos en tierra firme, ahora estamos bajo la suerte del mar y acá los cuentos de hadas se vuelven cierto…” terminó de hablar el viejo y todos en la habitación al escucharlo se quedaron mudos, observando la alteración del experimentado marinero. El ambiente se tensó por unos minutos bajo el silencio como un alambre de cosecha y Edward que estaba viendo toda la escena sintió un escalofrío mientras en su cabeza se repetía como un eco las palabras del viejo Rick. Luego de esa escena todos fueron a dormir, algunos reían pero Edward no pudo dormir bien esa noche por causa de una pesadilla donde se le aparecía la gitana del puerto de Varna.

 

Tom se quedó bastante helado al escuchar la última parte del relato, el viejo aprovechó para realizar una pausa y tomar un vaso de agua.

—¿Rick era un viejo malo? —le preguntó Tom al anciano mientras dejaba el vaso vacío en la mesita de luz.

—No era malo, no lo juzgues por la primera impresión.

—¿Entonces por qué se enojó tanto?

—Oye niño has silencio y escucharas el resto.

Tom asentó con la cabeza mientras hacia el gesto con su mano de cerrar un cierre imaginario sobre su boca, para que el viejo continuara con la historia.

—En la mañana siguiente el barco se encontraba cubierto por una especie de neblina y el viento comenzó a soplar a favor del navío. Pero no todas fueron buenas noticias, en el recuento todos cubrieron sus puestos de trabajo menos el joven Petrovsky. Eso fue algo bastante extraño. Mandaron a Edward a buscarlo a su litera pero cuando llegó no lo encontró acostado, lo buscó por los lugares donde pudiera estar pero no lo vió. Petrovsky había desaparecido.

—¡Entonces ese viejo de Rick si era malo! —gritó Tom un poco aterrado.

—¡Me interrumpes de nuevo y te casco niño y la historia no la vas a saber!

—Lo siento señor —Tom agachó la cabeza y repitió el gesto del cierre en la boca.

—Edward fue a advertir que no encontró por ningún lado a Petrovsky. Obviamente fue algo que extrañó a todos. El último que lo vio esa noche fue Abramov cuando lo reemplazó en la guardia de babor a las ocho campanas, pero aparentemente Petrovsky nunca llego a la litera. Así que comenzaron una búsqueda de proa a popa. No tuvieron éxito en la pesquisa. Este suceso plantó muchas dudas e inquietudes en toda la tripulación. El capitán para calmar un poco los ánimos explico que al ser un novato, Petrovsky quizá se descuidó y simplemente cayó al mar. Igual dicha explicación no le dio muchos ánimos a nuestro joven Edward. Todos siguieron trabajando y en el tiempo libre seguían con la búsqueda del desaparecido.

Esa noche Edward volvió a soñar con la gitana pero esta vez ella le mostraba una de las cajas de tierra que estaban en el barco y en el medio de la noche se despertó un poco exaltado. Todos dormían y se escuchaban muchos ronquidos. Quiso seguir durmiendo pero no paraba de pensar en Petrovsky, y la vista ya se le había acostumbrado a la oscuridad. Empezó a intentar distinguir las partes del cuarto y vio como Matt, uno de los marineros, se levantaba y caminaba como un sonámbulo hasta salir del cuarto. Edward simplemente pensó en ese momento que seguro iba al baño. Distraerse con eso lo dejó poder conciliar el sueño nuevamente.

Los siguientes días fueron mejorando, el buen ánimo había regresado y todos parecieron olvidar un poco la desaparición de Petrovsky hasta que cruzaron la bahía de Vizcaya, era el día decimonoveno desde que zarparon y había desaparecido un segundo tripulante. Olgaren aseguró que en una de sus guardias creyó ver a alguien delgado y alto, diferente a todos los de la tripulación, lo siguió a proa y desapareció. Confirmó que todas las escotillas estaban cerradas. El capitán ordenó que las guardias de ahora en más sean dobles y que ninguno deambule en solitario. El ambiente en el barco era de espanto, todos estaban llenos de supersticiones y miedo.

Las guardias dobles son un problema ya que no hay un gran número de gente para realizarlas, por lo que no deja mucho tiempo para descansar. Los siguientes cuatro días los vientos tempestuosos bamboleaban al barco en forma de tifón y nadie pudo descansar bien. Volvieron a las guardias sencillas para que puedan relajarse pero cuando Edward fue en la mañana siguiente a relevar la guardia no encontró a nadie. Un nuevo extraviado, esta vez era el segundo oficial. El ambiente del barco se transformó en pánico.

Edward Bruner decidió ya no confiar en nadie más que en el capitán August. Estaba aterrado sin poder descubrir que era lo que estaba sucediendo en esta embarcación. Por su cabeza recorrían miles de ideas sobre lo acontecido, llego hasta a pensar que en realidad le estaban haciendo una broma de novato, pero no era así. El barco se encontraba rodeado de una neblina densa que no dejaba ingresar ni los rayos del sol. Ya no sabía por dónde iban navegando, según las cuenta ya estaban en Inglaterra pero no lograban distinguir en que parte, iban a ciegas. De poder divisar algún puerto, pedirían ayuda. Algunos tripulantes del miedo que cargaban dejaron de realizar las tareas, todos desconfiaban de todos y no se podía saber ya cuántos eran los que quedaban vivos. Edward sentado en el suelo apoyado en una de los mástiles con un cuchillo en una de sus manos, sucumbió del cansancio y quedó dormido. La gitana volvió a aparecer señalando esta vez el reloj de mano que le dio su abuelo.

Un grito despertó a Edward Bruner, se levantó como una bala y corrió en rescate del sonido. Al entrar en la habitación se encontró con un cuadro espantoso, lagunas de sangre en el suelo continuaban su recorrido por la pared y subían hasta terminar encima de un armario. Había un olor nauseabundo y ninguna señal de haber cuerpos vivos ni muertos dentro del cuarto. Su valentía se transformó en desesperación, su miedo era tan grande que temblaron sus miembros inferiores perdiendo estabilidad, y cayendo de rodillas, con lágrimas en los ojos dijo:

“¡Maldigo al amor que me hizo subirme a este barco! La llave que me acercaría a mi amada Susan terminó siendo la que me alejaría de ella para siempre, encerrándome en este horripilante lugar. ¿Qué es lo que hice para merecer este castigo de Dios? ¿Por qué Dios me dejaría bajo esta suerte? ¿Acaso tendrá un plan o simplemente se ha olvidado de mí?”

Edward Bruner se encontraba desesperado, la incertidumbre de no saber lo que ocurría lo estaba volviendo loco. Quedo arrodillado hablando solo: “¡Oh mi dulce Susan! Tan solo desearía un segundo más contigo. Un solo segundo poder ver tus hermosos ojos verdes. Un solo segundo poder abrazarte, un solo segundo juntar mis labios con los tuyos, un segundo y yo sería tan feliz. Pero no es más que un deseo imposible. Mis segundos son finitos y la cuenta se me está acabando.”

Siguió llorando por unos minutos hasta que entendió que quedarse rendido ahí no le serviría de nada. Si quería ver a su futura esposa de nuevo tenía que levantarse y dar pelea. Se autoconvenció de no rendirse y se puso de pie. Secó sus lágrimas, tomó una banda que guardaba en el bolsillo de la chaqueta y se recogió el cabello.

Enderezó su espalda volviendo a tomar la postura que lo destacaba y con la frente en alto llamó a la bestia: “¡No me daré por vencido, pelearé con la fuerza del amor y bajo el estandarte de Dios contra la oscuridad, usando la Fe como mi escudo! ¡Maldito demonio, enfréntate conmigo!”

Edward quedó totalmente tieso como una estatua esperando algún tipo de respuesta. No se escuchaba más que su respiración agitada y el choque de las olas contra las obras del barco. Sus ojos con las pupilas totalmente dilatadas, se movían de un lado de la habitación hacia otro buscando alguna señal del monstruo. Casi no parpadeaba por miedo a dejar de ver lo que ocurría. De repente sintió detrás de él pasar una oleada de viento con fuerza «fiushh». Giró y lo único que vio fue la puerta de madera quebradiza cerrada. Volvió la vista a la habitación llena de cajas con arena. Su corazón no podía latir más rápido, por su espalda sintió un escalofrío ascendente desde su zona lumbar hasta su cuello. Sabía que la bestia estaba cerca. Y la escuchó hablar: “Sangre enamorada y joven, sangre pasional, sangre rumana…” Edward sintió las palabras como un susurro en su odio pero no había nadie detrás de él. La neblina creció en la habitación formando en uno de los rincones una silueta alta, dentro de la cual se materializó la bestia. Tenía el aspecto de un hombre alto, delgado y sepulcralmente pálido. Sonreía mostrando unos dientes afilados como cuando un gato juega con una de sus presas, esa sonrisa de burla con aires de superioridad. Edward con el cuchillo en la mano tomo una pose de combate para poder defenderse y atacar cuando vea una posibilidad. La bestia largó una carcajada al verlo y le dijo: “no malgastes energías en una batalla en la que perderás muchacho”, Edward no lo dejó terminar y se abalanzó hacia el monstruo para atravesarlo con su cuchillo, lo logró atravesar pero fue como cortar al viento, estaba vacío y el cuchillo salió limpio sin una gota de sangre. La bestia abrió su mano derecha y golpeo a Edward volándolo unos cuatro metros hacia atrás. Desde el suelo vio como la bestia observaba su mano y olía la sangre de Edward que había quedado sobre sus dedos, con un gesto de excitación por ella. Llevo sus dedos a su boca y la saboreó como cualquier persona saboreara sus dedos luego de comer pollo con las mismas. Edward supuso que era su fin, sacó el reloj de mano de su bolsillo y lo apretó fuerte mientras la bestia se acercaba hacia él: “Edward Bruner”, dijo la bestia y el joven lo miró desconcertado sin entender como sabía su nombre. “Toda tu información está en tu sangre y ahora será mía”. El monstruo tomó con una mano a Edward y lo levantó sin gasto energético como si levantara una bolsa llena de plumas. Acercó su boca al cuello mostrando unos enormes colmillos afilados y cuando quiso atravesarlo el reloj de mano de Edward comenzó a vibrar destellando haces de luces rojos y cuando el vampiro toco la piel de Edward con los dientes salió expulsado como por una fuerza superior desprendida del reloj. Ambos volaron repelidos como imanes de la misma polaridad en direcciones opuestas. La bestia se levantó aterrorizada observando a Edward que le mostraba el reloj abierto mientras la piedra en el centro brillaba.

“La tienes, tienes la piedra filosofal maldito humano, basura mortal. Tengo tu información, porque ya probé tu sangre. Volveré por ti y por todas tus generaciones” y al decir eso la bestia se evaporizó convirtiéndose en un murciélago y salió volando de la habitación.

Edward Bruner al verlo salir largó un largo suspiro, sabía que esa batalla había terminado pero no podía quedarse en ese barco maldito. Cargó una balsa y se entregó al mar. Luego de dos días bajo la suerte de las olas llegó al muelle de Tate Hill y decidió guardarse su aventura porque lo tratarían de loco si la contara en esas tierras desconocidas para él y pidió ayuda fingiendo amnesia.

 

—¡Sobrevivió! —festejó Tom al escuchar el final de la historia.

—Sobrevivimos —contestó el anciano—, ahora es el momento que cargues tú la piedra Tom. Esa bestia vendrá por ti.

Tom al escuchar lo último sintió un escalofrío terrorífico. Y se quedó en silencio.

—Pero no esta noche, mejor duerme que ya es tarde.

 

Al día siguiente Tom despertó en su cama y no vio el colchón en el suelo. Lo extrañó que no estuviera él mismo durmiendo en el suelo. Se levantó a desayunar y mientras la madre le servía una leche Tom le preguntó:

—¿Y el abuelo? ¿Ya se fue tan rápido?

—¿De qué hablas Tom?, ayer preguntaste por su nombre. Él falleció hace 6 años.

Tom Bruner quedó desconcertado, corrió hacia su habitación y en la mesa de luz lo vio, ahí estaba el reloj de plata.

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