Carolina Marín Guevara

Por Yurimia Boscán

 

Y mientras seguimos diseñando barbijos que combinen con nuestras ropas y respirando nuestro monóxido a la moda, por aquí, ─al menos en mi pueblo─ cada vez es menos lo que se habla del virus.

De una manera tácita, muchos decidieron guardar las precauciones necesarias, y dejar de rendirle culto al contagioso pánico que, por tanto rato, nos ha mantenido anudados al miedo y la desesperanza. Las conversaciones con amigos y familiares (por cualquier vía que ofrezca la tecnología) ya no versan únicamente sobre el Covid-19 y sus estragos mundiales… anécdotas, cuentos, chismes, charlas, confidencias, chistes, promesas y esperanzas recuperan poco a poco su sitial. Y en el sosiego de esa “confinitud” (suerte de estado de gracia en que puede caer cualquiera que se dedique al gozo de leer y crear en cuarentena) uno encuentra y se aferra a sorprendentes oasis.

Es así como desde mi casa puedo escuchar con nitidez el trino del azulejo que canta en la ventana de la casa de Carolina Marín Guevara, aunque ella viva a unos 130 kilómetros de distancia.

 

carolina marin

 

Credo

 

Creo que la vida vale el canto del azulejo que arrulla en la cornisa de mi ventana.

Creo en los cambios de humor de la luna fiel y plena.

Creo que si Dios existe, será libre de templos, sermones, culpas y pecado original. También te liberará de creer o no.

La mujer-caballo de fuego del 66, sin mitología ni credos, hizo que creyera en increíbles.

Todavía creo en la bondad como único escudo de la humanidad.

Creo en cada palabra de mis abuelas, las de cuentos, historias, inventos, del recuerdo de mi niñez. Las que les descubrí como piadosas mentiras, y en las que tuve que admitir savia viva.

Creo en las moléculas de mi ser engendradas desde el amor único, duradero e incondicional de Ada y Carlos.

Creo en tu amor.

Creo en la alquimia poderosa que privilegia la vida.

Creo en el pincel despeinado de Reverón, en los cronopios de Cortázar, en los Somari de Pereira, en el dinosaurio de Monterroso y en las mariposas amarillas del Gabo.

Creo que algún día alcanzaré la eternidad,

colgada de pequeñas partículas de estrellas fugaces.

Creo que en cada uno habita su propio chamán, que sabe lo que te sucede y cómo curarte.

Creo que hay más colores de los que nos atrevemos a ver.

Creo que habrá justicia.

Creo que destruiremos la Tierra a pesar de su llanto en flor, de sus alaridos, terremotos y tsunamis, de su constante renacer.

Creo que la ternura se llama hija, Valeria.

Creo, ahora sí, en lo que soy capaz de hacer en estos 50 años vividos y por vivir.

Creo en seres cósmicos, y en sus maneras de decirnos que allí están.

Creo que la paz será paz si en ella crees.

Creo en esta madre con las tetas  caídas, llenas de calostro que se llama Venezuela.

Creo inexorablemente en cada uno de mis amigos

─y en mis no amigos─ que me arrojan para que pueda levantar libre el vuelo.

Creo, sin dudas, en el credo de Aquiles.

 

LA AUTORA

Carolina Marín Guevara es una polifacética mujer: periodista, escritora, locutora, fotógrafa y promotora cultural. Aunque es caraqueña, tiene algunos años “prestada” en Valencia, estado Carabobo, donde se dedica a impulsar la cultura de la localidad con su impecable trabajo en Artmónico Estudios y la Terraza Cultural. Ella es la autora de Lúdico, un libro de cuentos que da fe de su maravillosa capacidad de encontrar la savia de sus historias en las flores del camino.

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