Por María Teresa Canelones Fernández
Nuestras creencias y actitudes frente a la vida delinean la pluralidad de lo divino. «¿Quién es Dios?», pudimos preguntarnos alguna vez. La imaginación es un camino fascinante para descubrirlo y transformarlo en un viaje de miradas y percepciones que suman a las antiquísimas conclusiones religiosas y científicas. En este texto, definiciones académicas, testimonios y anécdotas se incorporan a las milenarias formas de verlo y sentirlo. Aquí, Dios es interpretado, versionado, reinventado, cuestionado y humanizado en un intento por bajarlo del Olimpo y advertir que su nombre también se puede escribir en minúscula, que permite ser tuteado, que está en la calle, que tiene derecho a existir, que en todas las lenguas se habla de él y que es el ser más famoso del planeta, aunque no tenga redes sociales

En la servilleta de un bar alguien le invitó una copa a Dios, y él aceptó:
¡Dios, ayúdame, en ti confío!
La petición –escrita en tinta negra– resiste en un papel gastado, casi traslúcido, en un boliche en Palermo SoHo, una de las zonas nocturnas “hot” más movidas de Buenos Aires, frecuentada durante el año por una población juvenil reveladora de atmósferas festivas en bares, discos, cafés y restaurantes, donde las bienvenidas son la estadística más seria del día y porque “Será de Dios” (bar ubicado en México 355) que diversidad y economía converjan para sumar.
Dios es solicitado en los lugares más insospechados, camina en las madrugadas, está a la moda y a veces usa zapatos de tafetán para bailar, porque la alegría es de Dios, “el ser supremo”, cuenta la Biblia, y la Real Academia lo avala, y porque “Dios es joven”, asegura el papa Francisco inspirado en Don Bosco, el santo de la juventud.
Para el apóstol Juan, Dios es verbo, y para los turistas y noctámbulos quizás sea un cóctel divino. Sea cual fuere el tinte de su definición, es un hecho que Dios está en la boca de todos, y es emulado por todos. Más de 7.000 veces aparece su nombre en la Biblia y en nuestra cotidianidad una decena, en súplicas, agradecimientos y de forma automática e inconsciente: ¡Dios en la alegría! ¡Dios en la tristeza!
Según las escrituras, Dios no vacila y siempre atiende al llamado de sus 28 nombres creados por las religiones monoteístas y politeístas. “Achamán”, dios, es un soldado expectante disponible las 24 horas.
Las iglesias afirman que tiene una energía masculina, pero su mirada universal es un florecimiento femenino registrado a través de las culturas babilónica, azteca, egipcia, sumeria y fenicia, que divinizaban a la mujer convirtiéndola en “diosa del mar”, “madre del océano”, “diosa del amor y de la guerra”, la “madre de los dioses”, la “diosa de los niños y la magia” y la “diosa de la fertilidad”.
Entonces dios es la “Madre Tierra” o “Pachamama” –como le llaman los pueblos indígenas– y las madres son el dios de sus hijos en la Tierra, y también podría ser dios una abuela. “Ahura Mazda”, dios, pasea por una plaza con una niña latinoamericana con necesidades especiales. “Es mi amigo, me enseña la bondad y la paciencia. Siempre sueño con él”, dice jubilosa.

Yo podría decir que creo en un perro, y el perro me llenará de fuerza, como cualquier cosa
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
La religión asegura que Dios es invisible y la ciencia que no existe, porque todo, incluyendo los virus, microbios y bacterias, debe ser notorio, palpado y probado. En el siglo XIX la medicina argumentaba que quienes tenían alucinaciones de carácter religioso padecían un trastorno neurológico conocido como epilepsia. Seres no corporales, caminos luminosos, temores espirituales y revelaciones no aplicaban a la lógica científica, lo que le restaba credibilidad a las experiencias místicas de santos como Teresa de Jesús, Juana de Arco y de San Pablo, quienes también sufrieron convulsiones.
En el siglo XX, el psicoanalista Sigmund Freud explicaba que el sentimiento religioso era un mecanismo de defensa de los humanos frente al miedo a la muerte, y estudios recientes de la neurociencia señalan que no solo es una respuesta al miedo, sino que también es una búsqueda de placer.
La filósofa existencialista francesa Simone de Beauvoir, en su libro “El segundo sexo”, describe cómo la mística internaliza su relación con Dios narrando el comportamiento de santas como Ángela de Foligno, quien bebía con gozo el agua con la que lavaba las manos y los pies de enfermos de lepra; así como de María Alacoque, una religiosa francesa que limpió con la lengua los vómitos de una enferma y los excrementos de un hombre con diarrea. La mística no se siente plena con entregarse a Dios de forma pasiva, sino que busca torturarse porque cree que de esta manera logrará ensalzarlo y alcanzará su salvación. Alá, dios es el esposo al que debe entregarse desde el sacrificio y el dolor.
Por el contrario, Hildegard von Bigen, una de las mujeres más sorprendentes de la Edad Media Europea, encontraba a Dios en el placer. Monja, científica y poetisa. La primera bióloga, médica y feminista alemana, y la única de su tiempo que escribió sobre el orgasmo. “Dios es una luz viviente y sus hijos su sombra”. Partiendo de la medicina, teología y liturgia, y como estudiosa del goce femenino, dio recomendaciones orientadas a la salud sexual de la mujer, y a través de canciones, poemas y dibujos expuso que “el acto sexual era algo bello, sublime y ardiente”.
Nueve siglos después, un fraile capuchino polaco, Ksawery Knotz, escribió “Sexo como Dios manda”, libro donde afirma que Dios está en el orgasmo y que hay que zafarse de prejuicios y posturas absolutistas que satanizan el sexo reduciéndolo al mero acto de procrear. En su texto, conocido también como el Kamasutra católico, el educador y consejero matrimonial argumenta que el acto sexual o “unión divina”, como él lo llama, acercan la pareja a Dios y debe realizarse de manera desinhibida.
“El sexo es un don de Dios”, dice Francisco, y el filósofo holandés, Baruch de Spinoza, aseguró en el siglo XVII que dios celebraba la sexualidad porque el sexo era un regalo para expresar el amor, el éxtasis y la alegría. “No me culpes de lo que te han hecho creer. No leas libros religiosos. Léeme en un amanecer, en el paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de un niño”.
Albert Einstein creía en el dios de Spinoza, porque según él revelaba “la armonía ordenada de lo que existe”, y no mostraba a un dios preocupado por el destino y las acciones humanas. Baruch sustituyó a Dios por la naturaleza, y esta es una pequeña parte de su credo:
«Deja de rezar y disfruta de la vida, trabaja, canta y diviértete. Mi casa no son esos templos lúgubres, oscuros y fríos. Mi casa son los montes, los ríos, los lagos, las playas. Deja de tenerme miedo y pedirme perdón. Yo te llené de pasiones, de placeres, de sentimientos, de libre albedrío. Olvídate de los mandamientos, que son artimañas para manipularte. Vive como si esta fuera la única oportunidad de amar, de existir. Quiero que me sientas cuando besas a tu amada, acaricias a tu perro o te bañas en el mar. Deja de alabarme. No soy tan ególatra».
La Biblia es un libro de fantasía y ciencia ficción, Dios es una ficción, así que no podemos basar en ello nuestras normas de convivencia
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
La materia prima de la ciencia son las teorías, fórmulas y datos, mientras que de la religión son las plegarias y oraciones. En la primera, la sangre es líquido viscoso, y en la segunda un fluido divino de elevación traducido a vida para las casi ocho mil millones de personas que habitan el planeta en las 194 naciones creadas por Dios, quien según la Biblia dispuso que la humanidad estuviera dividida en naciones, razas y lenguas. Brahmá, Dios, creó la diversidad y las fronteras, y en ese mar ideológico aparecen los ateos feroces, como se definía Iulian Urban, un médico de Lombardía, Italia, antes de la pandemia del coronavirus.
“Mis colegas y yo aprendimos que la ciencia excluye la presencia de Dios y hace unos días comprendimos que en todo lo que hagamos necesitamos de él. Estoy feliz de haber regresado a Dios mientras estoy rodeado por el sufrimiento y la muerte de mis semejantes”.
Anu, Dios, es compasión, y el Dalai Lama enseña: “Si quieres que otros sean felices, practica la compasión. Y si quieres ser feliz tú, practica la compasión”.

Dios hizo las masacres más grandes de la historia, nadie se lo echa en cara, y no ha vuelto a aparecer porque está cansado
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
Para la Psicología, el concepto de Dios es irrelevante y en muchos lugares hablar de él –trascendiendo los parámetros académicos– es mal visto, hasta el punto de despertar burlas y comentarios sarcásticos asociados a la ignorancia y a la falta de cultura. Paradójicamente, innumerables científicos importantes a lo largo de la historia creyeron fervientemente en él como un ser supremo, aunque el astrofísico británico Stephen Hawking insistió hasta poco antes de su muerte, en 2018, que Dios no era necesario para explicar el origen de todo.
Por ejemplo, Charles Darwin pensaba que la teoría de la Evolución era totalmente compatible con la fe en Dios. Thomas Edison decía que Dios era el mayor ingeniero. Y Ampere, padre de la electrodinámica, expresaba con amor ¡Cuán grande es Dios, y nuestra ciencia, una pequeñez! También Isaac Newton, quien descubrió la Ley de Gravitación, sostenía que el universo y su armonía solo eran posibles gracias a un ser omnisciente y omnipotente. Y el astrónomo Kepler resaltaba: “La magnificencia de tus obras quisiera yo anunciarla a los hombres en la medida en que mi limitada inteligencia puede comprenderla”.
“Dios es algo tan grande que no cabe en una sola palabra”, opinaban los antiguos místicos hebreos, y Moisés y los cabalistas lo describían como una Luz, y esa Luz, para el teólogo Juan Araya, “se manifiesta en nuestra búsqueda de la felicidad a través de la salud, el talento, las relaciones provechosas, los logros personales, la vida familiar, el goce emocional, la seguridad financiera, el conocimiento y la sabiduría”.
Una vez un niño le preguntó a un anciano que si creía en dios, y este le respondió que Dios era cada ser humano y que también habitaba en la naturaleza. “Somos todos un holograma de eso que llamamos dios. Como el producto de un big-bang espiritual. En cada uno de nosotros están presentes todos los elementos que componen el Universo”, relató Araya.

Es mejor pensar que alguien se encarga del mundo para no deprimirse
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
Dios sigue habitando entre nosotros aunque el filósofo Friedich Nietzsche lo haya declarado muerto en el siglo XIX. Las diversas geografías del pensamiento continúan alimentando ideas que florecen para el bien común, pero también son portadoras de creencias famélicas, egoístas y pesadas de dogma y estrechez, más mortíferas que cualquier virus.
El fanatismo es un manojo de neurosis y psicosis desencadenante de miedos y angustias. Coarta la creatividad y es un insecticida fulminante de la alegría. Para Voltaire, “cuando el fanatismo religioso ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable”. El fanatismo es el demonio y el potencial adversario de Dios, a quien tan solo hay que sentir y querer “porque tiene corazón”, parafraseando a Mateo, uno de los doce discípulos de Jesús.
En nombre de Dios se continúan librando guerras políticas, religiosas y biológicas. En nombre de Dios se mata y se excluye. Y Dios sigue apareciendo en las constituciones, y la literatura jurídica parece minarse de trampas y trampolines, en nombre de Dios. “No soy fanático, ni religioso en política. No creo en el fanatismo, creo que los fanáticos deberían estar todos encerrados en el manicomio, porque son peligrosos”, sentenciaba Eduardo Galeano.
Actualmente más de 70 millones de personas en el mundo viven desplazadas como consecuencia del fanatismo y la violencia, de las cuales más de 30 millones son refugiados.

La fusión de Dios y religión es un error humano. No hay que inculcarle nada a nadie
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
Los seres humanos también han sembrado un jardín de frases y refranes que popularizan y divierten la misión de Dios como genio cumplidor, psicólogo consolador e inyección vitamínica revitalizante. Fluyen como un río y solo hay que decir: “A Dios rogando y con el mazo dando”, “A quien madruga, Dios le ayuda”, “Ayúdate que yo te ayudaré”. Porque en definitiva, “Solo Dios basta” en un mundo de solicitudes infinitas donde cada uno expone su historia como verdad absoluta de dolor y fe.
La gente comenta que Dios les ha permitido despedirse de sus hijos muertos a través de los sueños. Otros creen que está en todos y que para él no hay nada imposible. Que es la fuente original. Que es un guía y un salvador espiritual y que debe ser como un ojo supremo lleno de tolerancia infinita. Hay quienes dicen que gracias a él han mejorado su carácter, que les da paz mental, que les hace sentir que todo está bien y que creyendo en él les resulta la vida más fácil. También es definido como la mente universal y catalogado de “complicadito”.

Creo en mí mismo
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
El arte quizás sea una de las formas más íntimas de representar a Dios. Miguel Ángel lo hizo pintando en el siglo XVI. Cientos de matices habitan sus lienzos religiosos. Y Johann Sebastian Bach también lo elevó con pasión ceremonial a través de la música sacra.
Jaime Sabines –poeta mexicano– decía que le encantaba Dios, porque era un viejo magnífico que no se tomaba nada en serio, mientras que el poeta peruano, César Vallejo, lo nombraba como un hospitalario bueno y triste, y la joven escritora venezolana Keidy González lo menciona en uno de sus cuentos como “el gran imán de almas”.
El activista sudafricano Nelson Mandela, siendo un prisionero, agradeció al dios que fuere por ser amo de su destino y capitán de su alma. Y el boxeador estadounidense Muhammad Ali, cuando era niño siempre le preguntaba a su madre por qué todo lo bueno era blanco y dónde estaban todos los ángeles negros, un lúcido cuestionario referido en su inocencia a un Dios racista, excluyente, narcisista y hedonista.

Creer en una teoría es como creer en una religión
(encuesta ¿existe Dios? realizada por el cineasta español Joan Planas 2008)
Dios, luz y sombra. Dios, la mayor certeza de los desamparados y la más dulce utopía de los intelectuales. Dios hábito, porque en algo hay que creer para salvarse, aunque acaso cuando dios duerma se desate la fatalidad y la distopía en alguna cabecita inquieta como la de la escritora canadiense Margaret Atwood, en su novela “El cuento de la criada”, convertida en una serie de televisión en 2017, por su vigencia y atinada crítica a una sociedad minada de cruentas luchas y escabrosos prejuicios.
Dios burócrata. Dios consumista. Dios guía turístico en el Vaticano. Dios, el ecologista que habla a través de la joven activista medioambiental sueca Greta Thunberg.
Dios, tirando piedras como los niños y las niñas (Josué 10:11). Dios, el que jugaba a las luchitas (Génesis 32: 24). Y el de las “escondidillas” (Éxodo 33:23).
Dios niño, en un mundo donde actualmente, según la Agencia iNfo, hay 158 millones de niños obligados a trabajar; donde 73 millones viven en condiciones peligrosas, 9 millones viven esclavizados, 1 millón trabaja en minas o en obras de construcción, y 175 millones no están matriculados en la etapa preescolar.
¡Dios es humano!
¡Que Dios bendiga a Dios!, como decía Sabines.