De los feminismos de Netflix

Por María Emilia Durán

 

 

Hace unas semanas me propusieron escribir algunas ideas sobre la situación de las mujeres frente al Covid-19. La invitación la recibí mientras permanecía en la fila para entrar al supermercado. Me sentí profundamente entusiasmada, recorrí los pasillos de una forma urgente, intentando no olvidar nada de mi lista al mismo tiempo que imaginaba la entrada, el desarrollo y la conclusión que daría a mi escrito. Al llegar a casa seguí elucubrando cuáles serían las mejores palabras, mientras cumplía con el interminable y fatigoso ritual de desinfección de los alimentos y productos comprados.

Días después conseguí un momento de “distracción” en medio de toda esta maquinaria hiperproductiva hecha en casa, y me permití  ver un par de series recomendadas para mí por Netflix. Confieso que sentí aligerada la carga de decidir entre tanta producciones, además ambas muy cortas, lo cual me apeteció más, pues ¿en qué momento entre el teletrabajo, la cocina y los quehaceres del hogar iba yo a permitirme una jornada de 24 horas intentando saciar la obsesión de descubrir el final de una historia en la décima temporada? ¡Imposible!

Las series que vi fueron “Poco ortodoxa” y “Madam C.J. Walker, una mujer hecha a sí misma”. Más allá del análisis de cada una, prefiero dedicar estar líneas a las emociones y preguntas que me despertaron ambas series, así como una breve alusión a la compañía comercial que realiza estas producciones.

En primer lugar, me encuentro con dos mujeres en dos momentos históricos diferentes: la primera en el momento actual (aparentemente) y la otra a comienzo del siglo XX; dos contextos igualmente diferentes: Nueva York-Berlín, y el sur de los Estados Unidos. Estas mujeres están inmersas en realidades sin duda complejas: una comunidad ortodoxa judía y un pueblo segregado. Las circunstancias sociales, culturales y económicas las oprimen, hecho que las impulsa a buscar una salida. Hasta este momento no resulta una trama desconocida para quienes nos hemos criado por el modelo del heroísmo hollywoodense.

La diferencia radica en que estas dos mujeres (una judía y una afroestadounidense), una joven y una en su mediana edad, encarnan ahora los mitos heroicos del imaginario feminista de  Netflix (haciendo una corta revisión, también hay en sus ofertas audiovisuales gays, lesbianas, trans encabezando series de corte emancipador). Ambas series se centran en la idea de que el sujeto por sí mismo es capaz de transformar su destino. En “Poco ortodoxa” existe una disputa profunda por pertenecer, aunque esto aparentemente rompe con la personalidad de la protagonista: acá la liberación proviene de ella misma, de esa paradoja identitaria, no hay una interpelación con su entorno y parece que no necesariamente alguien cuestione su propia existencia, solo ella. En “Madam C.J. Walker”, la liberación viene de la protagonista por el rechazo que siente por su archienemiga (otra mujer negra de piel clara) y su capacidad de “salir adelante” cuestionando el ideal de belleza para las mujeres negras de la época.

En este punto me pregunto ¿qué significa para la compañía Netflix “la liberación femenina”? ¿Cuáles son los atributos actuales que las mujeres (cis, trans, lesbianas femeninas) deben tener para ser consideradas honorables liberadas? Dos prometedoras salidas parecen ser la solución: el regreso a Europa (como en el caso de “Poco ortodoxa”), simbólicamente representativo del mundo occidental, culto, blanco, burgués o la generación de dinero en gran escala hasta volverte millonaria; entrar en la Gran Manzana y ser vecina de Rockefeller.

La verdad es que tampoco es nuevo, al fin y al cabo sabemos de sobrada cuenta cómo se maneja el business. Aun así sigo preguntándome por ese significado profundo de la libertad y las mujeres. No es menor que la liberación femenina pareciera siempre suponer una separación del entorno, de la identidad primaria e individual, no hay un estremecimiento hacia dentro, siempre la libertad parece un camino solitario hacia el éxito, lo cual no deja luces para una salida posiblemente colectiva.

Tampoco sabemos si esa libertad al menos sirve como ola emancipadora para otras mujeres o para otros hombres. Aunque en ambas narrativas los personajes masculinos parecen sufrir el peso de su propia masculinidad, aun así no hay trazos de posibilidades de liberación para todas y todos. En conclusión, el feminismo “netflixiano” sigue siendo fundamentalmente para mujeres.

Vuelvo a mi ritual de desinfección mientras las noticias revelan la cantidad de personas sin empleo, sin acceso a servicios de salud y educación de calidad que dejará esta crisis en Ecuador, desde donde escribo, y me pregunto: ¿Cómo podemos vernos en ese espejo comercial de Netflix a la luz de lo que se nos viene como colectivo? ¿Cuáles serán los nuevos modelos de libertad y éxito que nos venderán frente a lo que parece un nuevo orden global biopolicial? Existe entonces la urgencia de otras narrativas que nos cuenten formas de libertad en lo común, en nuestras comunidades y ciudades, sin irnos al otro lado del charco o gestar una montaña de dinero como únicos caminos a la liberación.

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