Por Mayrin Moreno Macías
Es la chica del súper que se delinea los ojos de una manera imposible de ignorar, la que atiende en la caja de buen humor y con una sonrisa, aunque ahora no se le vea por el tapaboca… Su nombre es Emilia Soledad Forquera. Ella es una de los tantos trabajadores que cumplen una labor silenciosa e importante cada día. Desde que inició la cuarentena no han parado de trabajar en ningún momento.
“No te voy a mentir, a veces venís a trabajar con miedo. Pero tanto yo como mis compañeros sabemos que estamos haciendo algo por la sociedad. Nos sentimos orgullosos”, dice “Sole”, como le llaman sus allegados, mientras sube una mercadería a su auto.
Nos cuidamos entre todos
Emilia trabaja hace 12 años en el área de caja de un supermercado. Justamente cuando empezó la cuarentena, hizo un cambio de sucursal. Entre sus compañeros se turnan para cumplir sus labores entre las 8 y las 18 horas. Antes muchos de ellos cortaban a la una y luego volvían a las cinco. Ahora trabajan corrido con un tiempo para almorzar. “Fue un cambio total”, dice.
En su lugar de trabajo deben cambiarse la ropa. Cada quien tiene lysoform en el casillero, en el baño, se lavan continuamente las manos, usan los barbijos, también tienen máscaras, se echan permanentemente alcohol en gel y rocían todo con agua con alcohol o lavandina. “Nos cuidamos y a nuestros clientes”, expresa.
Cuenta que en la línea de caja se respetan las distancias mediante unas líneas amarillas y quien está embolsando debe esperar en la punta de la caja.
Una salida al súper para charlar y relajar la cabeza
Desde que empezó la cuarentena, Emilia dejó a su hijo con su mamá y todos los días los visita y les lleva mercadería. Después vuelve a casa, se baña, ve un ratito la tele y se acuesta.
–Siempre estás con el ánimo arriba…
–Me gusta mucho lo que hago. Mi trabajo es la atención a la gente. Gracias a Dios, me lo reconocen. Hay que estar de buen humor con las personas, ellos no tienen la culpa de si estás cansado.
Emilia dice que la línea de caja es el filtro de todo lo que viene desde adentro, del carnicero, del panadero, de los precios y de la vida personal de cada quien. “Los cajeros estamos preparados para eso. Nos damos cuenta que el humor de la gente ha cambiado bastante, que tienen miedo, que les da la sensación que todo ha aumentado y que compran mucho más”, dice.
Al final de su jornada, Emilia todavía conserva el buen ánimo. Con una sonrisa y con su barbijo blanco un poco abajo, comenta que la salida al súper para muchos es como ir a bailar o ir a un café. “La gente, con su distancia, se charla todo en la fila y les sube el ánimo. Imaginate, si todos estamos de mal humor, no vamos a resolver nada”.
También se ha encontrado con otros que parece que estuvieran de shopping, contentos porque pudieron salir. “Siempre los tratamos con respeto. A pesar de que les cobramos y se tienen que ir lo más rápido posible, porque no se puede acumular gente en el local, en ese poco tiempo se charla y se escucha”.
–¿Qué recuerdos quedarán de todo esto?
–La verdad que siempre hablamos entre los compañeros que cuando pase todo esto, nos vamos a abrazar y emocionar, porque si bien uno trata de estar de buen humor, es una situación particular y hay que venir a trabajar, con los riesgos que implica. Si todos hacemos las cosas bien, se logrará un montón. Hay que trabajar en equipo siempre, con respeto, saber que si hacés algo mal, podés perjudicar a tu familia. Pero más allá de que sea un recuerdo feo, cuando termine va a ser emocionante…