Carlos Torres Bastidas

Por Yurimia Boscán

 

El credo de hoy viene de manos de un hombre que enseña: enseña desde la Academia y sus saberes mundanos, y enseña desde el canto diario y espiritual del Nam Myōhō Renge Kyō, su profesar vital en el Budismo Nichiren, como esencia de esa vida que existe dentro de nosotros.

Se trata de Carlos Torres Bastidas, alguien que un día se convirtió en “peregrino” al recorrer el Camino de Santiago y decidió continuar su andar como una mística metáfora para replantearse todo aquello que las palabras, a veces, no pueden expresar.

Decía Víctor Frankl que justamente es la “libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido”, y es allí, en esa decisión personal de vivir a plenitud, como una hermosa flor de loto, donde se sitúa el autor de nuestro credo de hoy, quien, con sus afirmaciones sencillas, se ofrenda con alegría en sus prácticas diarias, aunque esos actos, casi invisibles, sean cocinar un bisteck, comerse un helado, pedalear por Caracas o acompañar a esta servidora en medio de la noche a pedir un aventón desde el Km 0 a un pueblo 25 kilómetros más allá, creando desde cada gesto vivido un amoroso hilo rojo que anuda a su corazón.

 

Carlos Torres Bastidas

 

En esto creo

 

En las mañanas con olor a café recién colado, y en dar las gracias a Dios por ser budista.

Creo en los sueños, en las metas que podemos alcanzar, sin importar la edad.

Creo en las huellas que dejamos en el Camino de Santiago, en los encuentros con tantos desconocidos que nos dicen sonriendo: “¡Buen camino, peregrino!”

Creo que vinimos a este mundo para ser felices, y que podemos alcanzar la iluminación, cuando vemos nuestro reflejo en los ojos de la mujer amada.

Creo en los lazos invisibles, poderosos e infinitos, que nos mantienen unidos a personas que conocimos hace tanto, y no hemos visto por décadas.

Creo en el poder de la cerveza fría, que fortalece amistades e incita amores furtivos.

Creo que cada minuto es valioso, mucho más cuando se lo arrebatamos al reloj.

Creo que los recuerdos son nuestro tesoro más preciado.

Creo en aquellas conversaciones que tuve en medio de la noche con una amiga audaz que esperaba una “cola” hacia Los Teques; creo que esos diálogos son parte de una historia sonriente que se quedó con ganas de más.

Creo en los reencuentros y en los “Te quiero” de mis hijas, después de largas temporadas de trabajo y escuela.

Creo en las madrugadas deliciosas, tibias e impregnadas de pasión, y en el chispazo que produce la electricidad de los dedos entrelazados, que se unen y separan escuchando a Nat King Cole.

Creo en los pasos silenciosos que presentimos antes del primer encuentro.

Creo en el calor amistoso de una parrilla los domingos en la tarde, después de pedalear.

Creo en el poder y la emoción de ver un partido de fútbol con 50 mil personas.

Creo en los deseos que se piden a las estrellas, antes de ir a dormir, y en quienes creen en sí mismos por sobre todas las cosas.

Creo que la vida es hermosa, que es una agitada aventura que experimentamos en varios vehículos y a varias velocidades: cochecito, triciclo, patines, bicicleta, moto, carro, metro, silla de ruedas y carroza fúnebre.

Creo en la música de nuestra juventud, que saboreamos con el hielo de nuestro trago.

Creo en los besos, los espontáneos, los sofocados, los apasionados, los censurados, y en el beso ligero, que robamos o nos roban de la comisura de unos labios, deseados y negados.

Creo en la literatura, porque en ella podemos vivir mil vidas diferentes.

Creo que esto que escribo es la prueba de que somos algo más que un bolígrafo que se mueve sobre el papel para dejar constancia de nuestro paso fugaz por la existencia.

Creo en las declaraciones de amor implícitas en los detalles cotidianos: en decirle a una mujer que la amamos con un buen bistec jugoso, o refrendar nuestro afecto a las hijas, mientras caminamos en silencio por el parque saboreando un helado.

Creo que siempre vamos a extrañar el calor del cuerpo amado, y sus leves sonidos en medio de la noche, mientras pasas la última página del día.

 

EL AUTOR

Carlos Alejandro Torres Bastidas (Caracas, 1964). Biógrafo, ensayista, novelista y poeta. Licenciado en Letras (UCV) con dos especializaciones en Gerencia Pública (Ucab) y Planificación (Escuela Venezolana de Planificación). Premio Biblioteca Ayacucho, mención Poesía (1982); Premio Biografía del Escritor Orlando Araujo (1998). PUBLICACIONES: Hemingway y la Generación Perdida (1998 / 2009); Orlando Araujo, nuestro Compañero de viaje (2006-2007); Tendencias del cuento venezolano en tres autores de los 80 y 90: Luis Barrera Linares, Ángel Gustavo Infante y Miguel Gomes; Entre la montaña y el llano (ensayo biográfico sobre Orlando Araujo); Venezuelan Literature & Arts Journal, Vol.3, No.1, Universidad Hamline, Saint Paul Minnesota, USA, 1997; Poema para un gran hombre, Antonio Nicolás Briceño (1982), y El Scouter (2003). Tiene dos novelas inéditas: Confesión en la 115, y Los límites oscuros.

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