Por Carolina Elwart
Ignacio dibuja, baila, actúa, respira arte y escribe. Escucharlo y leerlo es entrar en una atmósfera en la que Bécquer y Poe están con nosotros, escuchando también. Me dijo que «si tuviera que buscar una razón para escribir, no la encontraría, y si la encuentro, no escribiría». Ganó el año pasado un concurso literario y un viaje. Lo mejor -dice- fue estar con otra gente que escribe. Lo vimos siempre escribiendo y dibujando en su cuaderno. Él es Nacho y leerlo es un placer enorme.
Sin título
Nacho Torrecilla
«Tengo 18 años.
Tengo un libro de acotaciones con mariposas, cuentos, poemas, dibujos y asquerosos errores de ortografía.
Leo poco para lo que escribo
Escribo poco para lo que debería escribir.
Me dieron una medallita por un cuento, muy bonita
Extraño muchas cosas
Me he olvidado de muchas otras
No me acuerdo del nombre de mi papá
No me acuerdo de tener menos de 10 años
Le tengo miedo al cáncer
Mi vida no entra en media carilla
Me gusta el vino, me hace acordar al verano y mis amigos
No he vuelto a tomar
No he vuelto a verlos.
Escribo y espero que se siga escribiendo
Sin sentido
Sin remordimiento
Sin dejar nada caer olvidado a manos del tiempo»
«Robame, me había dicho
Debí ser mas atrevido
Y besarte
Debí ser mas prudente
Había hablado en exceso
Y no te dije suficiente»
Un amor que no pudo ser
Nacho Torrecilla
Tómame, ¿No me ves entregándote mi cuerpo? A cambio solo te pido un rose de tu atención, una mínima caricia de tu mirada sobre mi piel y será suficiente, no te pido más a cambio de todo. ¿Qué más quieres? Si lo pides, si lo deseas, mi alma también ha de pertenecerte. No la necesito, no me necesito. Eres tú a quien quiero, eres tú a quien necesito. Dímelo, pídemelo. Debo saber que me quieres. Quiéreme.
Aunque pudiera no sería capaz de dejar atrás mi alma por ti, ni por nadie. Si lo hago solo habitaría en mí un vacío negro que me niego a soportar. Aun así, podemos unir nuestros espíritus. El tuyo y el mío paseando por la playa. Dejando nuestros pasos sobre la arena borrándose por las pinceladas del mar. La nada y la oscuridad miedo no me dan si la luz de tus manos abraza mi pecho. Y durante la noche suelo preguntarme, qué puedo darte para que me tomes, para que me abraces ¿Mi mente? ¿Mis ideas? Muchas de mis noches te pertenecen, muchas de mis hojas llevan tu nombre. ¿Qué más quieres? Pídeme locura y mis demonios serán tuyos. Ellos y ellas que entonan sus voces y afinan sus instrumentos en la soledad, a ellos y ellas a quienes me resisto de bailar sus canciones. Bailaremos juntos, si así lo quieres, si te acercas lo suficiente a mí, tanto como para sentir mi aliento platinado llover sobre tu cuello y marcar mil escalofríos hasta la planta de tus pies, escucharás. Escucharás y bailarás. Escucharemos y bailaremos sin parar, no importa si los frágiles contornos de nuestra humanidad comiencen a deshacerse. Y la sangre y la piel caigan como la ropa que decorará el suelo de la habitación donde florecerá nuestro amor. Nada importará cuando dos cuerpos giran y giran dibujando en la tierra la más bella rosa carmesí que la creación ha visto florecer. Seremos uno y nada más importará.
¿No te parece suficiente? Te ruego no escuches a nadie más que a mí. Te querré si así tú me quieres. Nada ni nadie más importará. Tantas bellas historias de amor y muerte llenan mi cabeza desde que te ví. El amor y la muerte y todo lo que se halle desparramado por el medio será nuestro. No le temas al amor, no deberías sentir perdido pues aquí estoy yo, ocupando un lugar prestado. Cantado hasta que la octava cambie. Y tal vez mi voz no sea la de un ángel ni una sirena, pero pensé que sería suficiente para hacerte feliz. Como si en realidad tu felicidad me importara más allá del contorno de tus labios y la paz que tu risa me entrega.
Veo que te vas, no te culpo de nada, incluso yo me alejaría de mí si pudiera. Soledad otra vez. Yo otra vez, más cerca de mi propio yo que nunca. Y es aquí, en los momentos en que el vacío toma forma, cuando la oscura nada que me toca habitar se torna negra y espesa. Es aquí, y es ahora cuando me cuesta respirar pero de todas formas me convenzo de que hay más oxígeno en el fondo del mar que sobre la podrida tierra donde el resto camina. En estos momentos no me queda más escape que hablarme. Y me enfrento, lo hago, pero el mismo mar negro que apesta mis pulmones confunde mis palabras y ya no soy yo quien se refleja en el vidrio, ni en los lagos. Ese reflejo repite que el mar donde me ahogo no es negro, ni es un mar. Y mi reflejo, mi yo, frena y respira. Respira profundo y habla. Habla y grita, arrasando su voz. Mi voz, se escucha en ecos y sollozos.
Si te vieras ahora, no tardarías en romper en lágrimas por rabia e impotencia. Tal fue el brillo de tu falso amor que ahora no puedes ver. Hasta los ciegos observan detalladamente con cada uno de tus sentidos y tú lograste ennegrecer todo. Y en tu estupidez hablas del alma. Del amor y del mar, como si alguna vez hubieras sentido la espuma de las olas bajo los pies. Como si en verdad sintieras el peso de tu alma en el pecho. Como si supieras, acaso en un triste ejemplo, como el amor infla tu pecho y te hace flotar sobre los rugidos del agua inquieta. ¿Por qué no he escuchado de tu boca una palabra de la soledad? ¿De la tristeza? ¿De sequías en el corazón? No he escuchado de ti una verdadera palabra, tuya, tu sentir. Te niegas a mostrar una mueca de dolor en frente de un espejo y esperas sentir algún día un amor que no podrá ser.
Empéñate en el dolor, amalo, ámame a mí. A tu reflejo, ámame. ¿No me ves entregándote mi cuerpo? A cambio solo te pido un rose de tu atención, una mínima caricia de tu mirada sobre mi piel y será suficiente, no te pido más a cambio de todo. ¿Qué más quieres?