Por Yurimia Boscán
Seguimos anotando puntos en esto de aparecer y desaparecer de las calles por obra y gracia del virus que he coronado “Rey Covid, de la dinastía 19”… En mi pueblo (Los Teques, ubicado en la Región Capital en el centro-norte de Venezuela) las mañanas son un hervidero de gente con barbijo… Creo que nos hemos ido acostumbrando a las salidas matutinas ante la tremenda responsabilidad de escudriñar las calles buscando las ofertas para poder alimentar a los nuestros, dar de comer, no importa cuánto tengamos que exponernos para ello.
Frente a esta realidad, el miedo de ser contagiados ha empezado a difuminarse con el sol radiante y cálido de esta época del año, cuando la vida se llena de mangos y aguacates por este lado del mundo, y uno pareciera recobrar algo de esa esperanza por meses resquebrajada.
Y en medio de esa cotidianidad en la que la naturaleza sigue fluyendo, en medio de las muchas –o pocas– interrogantes planteadas sobre lo que cada uno debe cambiar como especie, como sociedad, como familia, como individuos, allí, incólume, sigue estando la esencia maravillosa de saber que no somos nada el uno sin el otro: el principio eterno de la solidaridad.
Es por eso que el Credo de hoy es una ofrenda al darse, en el silencio más profundo del servir anónimo desde el amor que somos… Es un credo que cocina calladamente para que la fe nunca abandone los corazones de los hijos, de los nietos, de la vida misma…
La autora es Candelaria Herrera Nahrendorf (Caracas, 1961. Bioanalista. MSc. en Sociología y Desarrollo Humano) hermanaalma obsequio de la existencia compartida en nuestro crecimiento como mujeres, como madres, como hermanas, como compañeras de viaje en este hacer y deshacer de mantas que abrigan ese amor que tantas veces perfumamos con ajo y cilantro en las cocinas de nuestras casas, siempre cercanas a pesar de que estas palabras hoy fluyan hacia ella desde este Norte donde vivo hasta ese Sur donde ahora ella habita.
Credo
Creo en el amor que habita en el silencio.
Creo en la ternura de la mujer niña
que conversa con sus gallinas y sus matas
mientras todos duermen.
Entre la madrugada y ella, el silencio.
Silencio sus manos que dan caricias y agua y alimento mientras todos duermen.
Silencio sus manitas que dan muerte en silencio
y preparan la sopa que llenará de carne la boca de la noche.
Creo en el amor que habita en lo invisible.
Creo en la terquedad inagotable de este territorio salvaje que, como bestia recién parida, cuida los corazones intactos de sus crías.
¿Qué sería de mis hijos si las huestes del sueño adormecieran en un canto sordo su ambición de vientos?
Creo en la infinita tenacidad de lo intangible,
que limpia lentamente la sangre de los parias
y el agua de los ríos de esta tierra olvidada.
Creo en la anarquía de esta Tierra de Gracia.
Y creo en la noche,
donde me aguarda el hijo de los ojos de estrella
que me invita, una vez más,
al asombro de recoser los hilos de la trama sagrada
y alimentar con mi pecho –mientras todos duermen–
la boca siempre abierta de la eternidad.