Por Mayrin Moreno Macías
En la casa de Antonella Maidana estaban preparando el almuerzo. Una pasta con tuco. En la mesa esperaban sus cuatro hijas y sus sobrinos, cada uno con su plato y cubierto. Su hermana Noelia les iba sirviendo una ración de pasta mientras la más pequeña les echaba el tuco. Ellas son cinco. Todas las tardes, desde que empezó la cuarentena, se reúnen y se juntan a comer porque así es más fácil. “Cada una pone un poco y hacemos la comida. Igual pasa con la cena. Es más económico”, dice Antonella.
A ella la vida le dio un giro de 187 grados, le entregaron su casa hace unos meses en las márgenes del río en la Isla. “Aquí nos acomodamos todos”, expresa.
Antes de que iniciara el aislamiento, Antonella se rebuscaba tres veces a la semana limpiando en una casa y eso le servía para ayudar a su marido, quien trabajaba en la construcción o salía en bici para cortar pasto. “Pero ahora está muy jodido. Mientras más se estira la cuarentena, menos trabajo hay”, interrumpe su hermana Romina.
Hace poco les depositaron la AUH y recibieron el bono. “Yo lo necesitaba. Compré mercadería. Sí o sí hay que darles de comer los niños. En la tardecita también se les da su merienda”, comenta Antonella.
Un amigo de la familia también les llevó algo de mercadería. “No nos viene mal un arroz, unos fideos, porque aunque no tengas carne, hacés unos fideos blancos con lo que sea, lo importante es darles algo a ellos, estando encerrados comen más”, dice.
Ellas son conscientes de que hay que guardarse estos días por la salud de todos. Piensan en su hermano que tiene una discapacidad y su papá. También se mantienen informadas. «Hace poco escuchamos el testimonio de un italiano que decía que en Argentina hicieron la cuarentena a tiempo», dice una de las hermanas.
–¿Y cómo están haciendo con la tareas de los niños?
“Trato de ayudarlos. Cuando tengo crédito converso con el profe o cuando una de mis hermanas me pasa Wifi, aprovecho para bajar las tareas. Yo le explico al profe que cuando asistían a la escuela, hacían una hoja de cada materia. Ahora hacen hasta tres. Ellos se cansan”, dice Antonella, a lo que Romina agrega: “En un mensaje te ponen: ‘mamá, necesito las tareas’ y todos los días te gastás entre 30 y 50 pesos en fotocopias y con eso puedes comprar medio kilo de pan».
“Yo prefiero comprar pan. Aparte que vivo rabiando con el cel, se me apaga y las faltas corren y no te preguntan si tuviste algún problema o si te hace falta algo”, dice Antonella.