Por Carolina Elwart
Abril se apasiona cuando hablamos de literatura. La charla podría durar horas, olvidaríamos tener hambre, sueño y obligaciones para seguir hablando de mundos inventados en libros que amamos. Sus ojos se agigantan e intentan decir todo eso que el cerebro ordena en una cadena fónica lineal que no refleja lo que piensa. Va más allá, se nota al escucharla, no para de pensar, de crear y de dibujar. La visión del mundo está en la cadencia de su voz, respira y lo necesario sale con pausa, en cambio la emoción empuja las palabras. Su estilo está enmarcado en el mostrar, los escenarios, personajes de su novela y cuentos tienen ya la mirada atenta de la dibujante. Nuevos mundos aparecen, nada la detiene, ahí está buscando la lógica necesaria a un mundo que es suyo y ha decidido compartir con nosotros, sus lectores. Leerla es encontrar historias con aventuras y viajes hacia el interior de los personajes que no dejan de cuestionarnos nuestros propios pasos en el viaje de la vida.
«Atanor»
La lechuza la mirá. Un vigía humilde de la noche; uno que tantea sus pasos en la nieve. Hay un líquido carmesí portado de el que yace en las garras del ave. Ella aún puede escuchar a la presa de la lechuza quejarse de dolor en medio del frío. Su vuelo la sigue y ella espera.
El ciervo trota y huye ante su respiración. La observa desde la distancia, su aguda mirada taladrando un punto entre los árboles y ella. El bosque se le cierra encima como una muralla negra. El ciervo no se mueve. Sus ojos la siguen, y ella sigue esperando.
El lobo la fulmina desde los arbustos. En donde el pañuelo de las sombras y el pie de la nieve comparten cama en la noche. Él no gruñe. Él espera. Una señal condescendiente de que ella está tan pérdida; que el ni siquiera tendrá que hacer un movimiento para atraparla.
Su aullido la persigue y ella comienza a correr. La muerte y la noche así esperan entre las fronteras del bosque.
Crecimiento y Deterioro
Veo esa mirada teñida de óxido.
Esos ojos que han visto tantas vidas marchitarse en un aliento de hielo.
Esa deteriorada alegría juvenil que aún descansa en sus profundidades negras…
Tras manos mancilladas por los años y un rostro cuarteado por el tiempo…
De pasos torpes y entusiastas, él creció para acabar reducido a esto…
A un montón de pasos torpes y sin vida, que se arrastran por una alfombra tan vieja como su mirada de carbón. Lo único de él que mantiene algo del pasado…