Por Marcos Martínez
Ilustración: Martín Rusca

Capítulo 15
El vómito negro está en toda la ciudad, el vómito negro corre por los adoquines, entra a las casas, invade las vidas de los ciudadanos de bien y de los otros, se pega a la ropa, a las ollas y manteles, incluso invade el sueño. Hace temblar y sudar los cuerpos, los sumerge en una transpiración constante, helada, cubre la piel con una fiebre de la que nunca se tuvo noticia, contrae los músculos, cambia el aire, hace sangrar los dientes.
La agonía dura horas o días. Los enfermos exhalan un aliento viciado de podredumbre, escupen bilis, orinan sangre.
Lo más impresionante es la mirada, una mirada vidriosa que reclama paz y busca el cielo en el techo blanqueado de conventos, hospitales y lazaretos. Reclaman, piden, imploran la muerte de la que estuvieron huyendo todos estos años.
Las escuelas y las iglesias cierran las puertas. En vez de rezos y milagros, las casas de los capellanes son ocupadas por la comisión para que todos sepan dónde encontrarlos ante la sospecha de algún apestado o la aparición repentina de un muerto. Nunca se ha visto a tan anticlericales gentes durmiendo en camas sagradas.
No hay sangre de cordero que alcance para marcar los dinteles de las puertas, o quizás los ángeles de la muerte no entienden códigos.