Por Yurimia Boscán
Esta semana se me antoja crédula también… por aquí en mi tierra aún estamos resguardados preventivamente, aunque debo decir que hoy percibí que cada vez somos menos tímidos para asomar las narices sobre el marco de esa puerta límite que se llama sentido común. Bueno, al menos eso fue lo que vi cuando salí a comprar alimentos: gente por doquier, rebozando autobuses.
Mi pueblo, hace unas semanas desértico, hoy reflejaba su vitalidad urbana. Sentí revivir los cuentos de policías y ladrones por el hecho de que todos llevábamos el rostro cubierto con tapabocas, pañuelos y cuanta cosa uno puede imaginar.
Frente a la realidad del “afuera”, sentí tan oportuno ese ejercicio de “tallerear” con la escritura y la lectura que he venido realizando… el tiempo del Covid-19 también ha resultado un tiempo propicio para voltear las cartas que somos: convicciones, anhelos, miedos, sueños, recuerdos, inventarios, vivencias, sentimientos, lealtades, renuncias y recuerdos… Ese sinfín de declaraciones de vida que profesamos en nuestro accionar cotidiano y que, quienes se sumaron al taller, redescubrieron hurgándose a sí mismos.
El Credo de hoy es de Pavel Vizcaya, un venezolano enamorado del cine que se define a sí mismo como “un mamarracho que se la tira de artista. Cazador natural, chef para todas las papilas de mundo”. Aquí los dejo con su perfil de fe.
Credo
Creo en el Padre, el hijo y el Espíritu Santo; sin lugar a discusión.
Creo en el vientre de las mujeres; manantiales de agua y luz.
Creo en la madre de Jesús, tocada solo por Dios.
Creo en las bendiciones de las madres, único blindaje del alma.
Creo en mi padre que avanzó con firmeza a separarse de su esposa e hijos soñando con conquistar la utopía y la muerte.
Creo en el ser que no se doblega y siembra estirpe.
Creo en mi abuelo, cazador de caimanes, y en sus genes concentrados en mí ser depredador.
Creo en la palabra toda, realidad del ser; y en la lectura, absoluta e inevitable.
Creo en el perfecto espermatozoide que fui, que buscó su esencia imperturbable en la vida producto del amor y el sexo.
Creo en el dolor de los que nunca se han amado; ellos reivindican el único propósito de la vida: el amor.
Creo en la mujer que me salvó de todas las trampas ¡Gracias!
Creo en la única trampa sexual del amor y para el amor: El beso.
Creo en tu mirada amarilla, capaz de resucitar a Van Gogh para serrucharse la otra oreja.
Creo en mis hijos depositarios de la confiabilidad en el amor absoluto.
Creo en el fundador de los moteles de amantes (sin Norman Bates), que respaldan el sexo clandestino.
Creo en la gente que sabe lo que hace sin esperar nada a cambio.
Creo en el talento; creo en la poesía, presente en todas las cosas.
Creo en la palabra Revolución, tan mal utilizada a lo largo de la historia, y a veces, casi sin sentido.
Creo en la extraordinaria labor de los farsantes; finita, y luego sin caretas. De allí, siempre surge la verdad.
Creo en el perdón de mis hijos, por haberlos maltratado tantas veces en nombre del amor; creo en el ruido de sus voces musicales.
Creo en el tren de medianoche; en los que apostaron a ganar en la vida.
Creo en el hortelano, que pone nombre a las matas y hace un árbol genealógico.
Creo en el Conde de Montecristo, porque la nobleza humana no se compra.
Creo en la película La mosca; allí está para el futuro, la tecnología que salvará al planeta Tierra.
Creo en la gente incapaz de la vida y de la muerte, porque allí están dándonos sus lecciones.
Creo en Bruce Lee; único e irrepetible; creo en el boxeo y los campeones.
Creo en los Rolling Stone como ejemplo de orden y planificación para los rockeros, y en Bitch’s House, como la banda más poderosa del mundo.
Creo en el helicóptero, única imitación acertada del vuelo de la libélula.
Creo en Mary Shelley, única mujer que, desde la ciencia, creó a un hombre de varios hombres y produjo espanto.
Creo en el instante, capaz de resolver las distancias.
Creo en el sueño; el de dormir que me permite soñar que lo sueño, morir y despertar.
Creo en la Samba pa’ ti de Santana; me reivindica con la vida.
Creo en el grito salvaje de los rockeros, parecido a la virtud juvenil, dueño de cambios y transformaciones.
Creo en la ópera y la mesa bien servida
Creo en la abundancia, y en las canciones de donde nací.
Creo en el arte todo, sin distinciones. Es lo único que atestigua que somos hijos directos de Dios.
Creo en la palabra perfección como respuesta a la gran pregunta ¿para qué?
Creo en la amistad.
Creo en mi felicidad y en la de los demás.