Marcos Martínez
Ilustración: Martín Rusca

Capítulo 13
Desde que el presidente Sarmiento, su gabinete, funcionarios provinciales y otros animalejos menores abandonaron el barco, sólo la Comisión Popular y algunos saqueadores se atreven a caminar por las calles. La comisión es la única especie de gobierno posible, si de algo servía gobernar y tener el poder en una ciudad de muertos y apestados. Gobernaban, por así decirlo, en un estado de sitio declarado por otros, tratando de combatir una enfermedad de la que nada se sabe; gobernaban unos ciudadanos que, por muerte o exilio, abandonaban la ciudad por cientos, por miles.
La Comisión concentra los poderes ejecutivo, legislativo, judicial, aunque leyes ni bienes valieran nada.
–¿Quién vive? –gritaban de cuando en cuando y sólo el eco del viento contesta mentiras y silencio. El comité desconfía de ambos.
Los sobrevivientes saben que la Comisión Popular viene a una cosa, a sacarlos de sus casas, despoblar las zonas infectadas de la ciudad, separar a sanos, enfermos y muertos. El problema es que ni unos ni otros quieren dejar casas y cosas. La mayoría de las veces algunos policías también patrullan, le tienen más miedo al jefe de Policía que a la peste y tratan de cumplir su deber de la mejor manera posible. Dicen que a veces se extralimitan y derraman lágrimas, dentro del uniforme algo de humanidad queda.
Entre los aristocráticos y buenosamaritanos miembros de la Comisión están Evaristo Carriego y Guido y Sprano, nunca se verá a poetas cumplir tareas tan policíacas como un desalojo.
–¿Quién vive? –repiten de vez en cuando. Lástima que esas palabras tan cultas se desperdicien en barrios de ignorantes que nada saben del origen latino del santo y seña. Los ignorantes y analfabetos estibadores y bárbaros no alcanzan a entender. Nadie contesta lo que debe contestar. Quizás en Pompeya o París o Nápoles la peste y los apestados hubiesen sido más cultos y habrían podido contestar lo que corresponde, quizás.