LA PESTE – Capítulo 12

Por Marcos Martínez
Ilustración: Martín Rusca

Capítulo 12

Once de marzo. El Norte, como suele suceder, usa su derecho de admisión y prohíbe la inhumación de cuerpos infectados con la peste. Recoleta no es para inmigrantes y pobres. El cementerio del oeste es abierto a pala, kilómetros y kilómetros de tierra fresca para recibir los cuerpos, que llegan de a cientos.

El Gobierno aconseja a los ciudadanos mantener el orden y el recato y continuar cada uno con su vida como si nada hubiera pasado, con total normalidad, tomando las precauciones pertinentes, pero sin alarmarse. Después de pronunciar estas sentidas palabras, los tres gobiernos nacional, provincial y municipal procedieron a abandonar a suerte Buenos Aires.

Un mes después arderían los pulmones del tren de los muertos, al mando de la Porteña y con parada en Corrientes y Bermejo. Tres vagones de cadáveres, un infierno con las entrañas cargadas de muertos, preparado para escupirlos bien lejos de barrio Norte, inundando los cielos con su humo negro, en noches demasiado largas.

Dos días después, ocho mil porteños levantan la mano y la voz para elegir como presidente de la catástrofe a Roque Pérez. Algo de esperanza se presiente entre los que eran dueños de todo, incluso de la esperanza.         

El país está en manos de la comisión.

 

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