Texto y fotos: Mayrin Moreno Macías
Juana Ortiz y su familia viven en calle Amapola. Ella solo espera volver a su vida de antes y que su esposo pueda trabajar dentro de poco tiempo
El esposo de Juana Ortiz cobró 3 mil pesos el viernes previo al inicio de la cuarentena, y desde entonces, nada más. “Eran un montón”, dice ella mientras acomoda en la mesa frascos de vidrio y cajas con botones, caracoles y piedritas de colores. Ellos viven en la calle Amapola de la Isla del Río Diamante con sus hijos. El mayor los visita a diario.
Con esos 3 mil, que le pagaban por trabajos de albañilería a la semana, vivían al día. Compraban pan, una bolsa de carne, una de huesos y lo que hiciera falta en la semana. También los juntaban con el dinero de la pensión que ella empezó a cobrar a comienzos de año, e iban una vez al mes a comprar el resto de la mercadería: fideos, arroz, azúcar, leche. “La economía de mi casa va cada vez más abajo. Ahora mi esposo quedó sin trabajo. El patrón ni siquiera le ha mandado un mensaje preguntando por su familia, si están comiendo, nada, nada”.
No se quedan de brazos cruzados
En la casa de Juana se escuchan risas y ladridos. Los chicos corren, hacen los “coronavirus” con plastilina, cargan a los perritos y le enseñan a Matías Marchán, un músico joven y amigo de la familia, los conejos que están criando. Él se acercó para llevarle a Juana algunos alimentos.
Desde que empezó la cuarentena –dice Juana– procuran no salir de casa. La única vez que salió fue para buscar el bolsito de la escuela que le entregaron en la Unión Vecinal. Ella es consciente de que hay que estar encerrados para proteger a su familia, para que estén sanos, pero por otro lado le pesa este momento, porque sabe que sus hijos no la están pasando bien. “Me preocupa que no puedan visitar a la abuela, ir al parque o al río. Ellos no tienen tele ni computadora, ven videítos y otras cosas con el teléfono del padre o con el mío. No tengo otra forma de entretenerlos. Lo que hice ahora fue sacar las cosas que tengo guardadas de los cuadros y los puse a juntar botones, apartar caracoles, piedras, perlitas. No puedo dejar que corten el Internet, que ni siquiera es mío, lo puso mi hijo mayor, quien en su momento estaba trabajando y siempre colabora en la casa; son 700 pesos por mes. ¿Cómo hacés para tenerlos encerrados? Así como los míos, están los de la chica de al lado y los que viven alrededor. Son los que más sufren”, cuenta Juana.
Esta familia no es de quedarse de brazos cruzados. Juana cursa el secundario en el CIC del barrio El Sosneado y hace unos cuadros espectaculares, su esposo trabajaba de día y estudia en la noche; su hijo, quien trabaja desde los 14 años de edad, retomó sus estudios y hoy es abanderado de la Josefa Rocco. Además, en su momento criaron cerdos y pollos para sacar adelante a la familia. En la casa de su suegra hicieron una huerta de la que obtuvieron tomates y zapallos y piensan seguir sembrando.
–¿Cómo están haciendo con el alimento?
–Con lo que cobro al mes y con donaciones. Mi suegra también me ayuda con 500 pesos y lo que hago es comprar 8 kilos de pan y los divido en bolsitas de medio kilo, las meto en el freezer y se las voy controlando. También en la tarde les doy un té para engañar al estómago. La leche de la nena también se dificulta. Yo amo tanto a mis hijos y me acostumbré a pelear por ellos. Con esta situación me cuesta mucho y si hay algo que lastima es que me esté faltando comida y darles medido.
–¿Qué esperas de esta situación?
–Me gustaría volver a la vida que teníamos, que mi marido pueda volver a tener su trabajo. Nosotros llevamos 17 años juntos y somos muy compañeros, siempre tratamos de solucionar las cosas, si hoy tenemos, lo aprovechamos; si no, buscamos la manera. Así y todo, somos felices, en las noches charlamos, jugamos a las cartas, al dado, nos entretenemos. Siempre tengo felicitaciones de las maestras de los más chiquitos, jugamos y bailamos. Pero tengo miedo a que falte la comida y no poder darles, a sentirlos llorar de noche. Me encantaría que esto ya parara y volver a mi vida de antes, nada más, no pido nada más.