Por Mayrin Moreno Macías
Aunque Martín Rusca es más de dibujar, habló. Tenía ganas. Quizá sea un efecto de la cuarentena. Quería contar que está por terminar su casa, que trabaja en su investigación de bodegas abandonadas, que aprendió que es más fácil pintar un Rembrandt que explicarle a su hijo León que sus abuelos no podían venir a su cumpleaños, que estudió Arquitectura en Córdoba, donde conoció a su pareja Laura Cipollone, quien lo acompaña hoy en el estudio (CRARQ); y que está ilustrando los antecedentes de “La Peste” –que se podrán leer y ver en los próximos días–, así como los capítulos de esta novela corta escrita por Marcos Martínez, que se publican cada noche a las 21 en Revista Km0.
Esta no es la primera vez que Martín y Marcos trabajan juntos. Tienen dos historietas cortas presentadas en distintos concursos, la primera basada justamente en “La Peste”, “con imágenes bastante perturbadoras”, que compartiremos con los últimos capítulos; y otra sobre la identidad del Sur de Mendoza, que incluye una historia sobre la rotonda, “lugar emblemático de reunión, que está contada en tono de ciencia ficción. La presenté al concurso provincial ‘Trazos de Espíritu Grande, obtuve una mención y fue editada en 2015”.
Martín también hizo la tapa del libro “Gaslighting”, además del diseño y construcción de la escenografía para la misma obra. En pocas palabras, su relación corre como el agua. “Es muy buena y fluida, no solo confiamos en la visión del otro, sino que intentamos potenciarnos mutuamente”.
–¿Cómo fundes en tus creaciones el dibujo y la arquitectura?
–Dibujar es descubrir, dice (John) Berger, y también es entender. En mi caso, si quiero comprender algo, tengo que dibujarlo, así funciona mi cabeza desde chico. El lenguaje de la arquitectura es el dibujo, por lo tanto fue natural mi deseo de estudiarla y ejercerla. En la práctica, mi deseo de dibujar nutre mi desarrollo profesional. Dibujando ciudades, viviendas, corrales, paisajes, detalles, animales, personas, plantas y todo lo que se me cruza, voy realizando mis propias relaciones, que configuran mi modo de ver la arquitectura.
«La goma no tiene razón de ser»
Martín no dibuja de forma digital. Alguna vez lo hizo, pero hoy su prioridad es pasar el menor tiempo posible frente a la pantalla de la compu. Usa tinta sobre todo, es la que mejor maneja y se siente cómodo, pero también dibuja con grafito, tiza pastel, acuarela, café, vino, lavandina y cualquier cosa que manche (condición excluyente), siempre desde el dibujo. No se acerca mucho a la pintura. “Me gusta que el resultado contenga mi energía en ese momento, antes de que se disipe. Me importa mucho más el trazo y lo que dice, antes que la proporción o si el color es o no es ese. No uso lápiz para bocetar (solo si todo va a ser lápiz) y odio la goma, en el dibujo la goma no tiene razón de ser. ‘He aquí mis principios, si no les gustan, tengo otros’”, como decía Groucho.
–¿Te diviertes al momento de crear?
–A veces me divierto y otras lo sufro, creo que por eso me gusta el proceso creativo, uno empieza a trabajar con muchos datos, pero sin saber adónde va a llegar, ni cómo es el camino. En la ilustración o en el diseño escenográfico puedo volar un poco más y ahí me animo a laburar en terrenos con más incertidumbres, sin tanto control, por así decirlo; en cambio, cuando desarrollo la vivienda de otra persona o trabajo sobre programas más rígidos, intento buscar consensos entre los enfoques de las distintas áreas del proyecto, definiendo los tiempos para cada etapa con más cautela. Igualmente siempre es divertido, no creo que alguien se aburra creando.
Recrear la ciudad
En 2012, de sus ganas de dibujar surgió un grupo de dibujo y registro de la arquitectura sanrafaelina. A través de la ilustración analizan edificios o espacios arquitectónicos que corren peligro de perderse sin que quede un registro disciplinar (espacio, tecnología, función y estructura). De ese grupo, que fue variando en cantidad e integrantes, quedaron Edgardo Baldovin, Livio Battiston y Martín Rusca. Ellos hacían salidas todos los sábados hasta el año 2016, luego más esporádicamente hasta 2018, año en el que falleció Livio. “De ese laburo quedaron muchos dibujos, varias muestras y un montón de enseñanzas y momentos vividos con mis colegas, pero además quedó la certeza de lo poco valorado que está nuestro patrimonio identitario por una gran porción de los sanrafaelinos”, dice Martín.
Las dos últimas salidas las hizo con Edgardo la semana anterior al inicio de la cuarentena. Relevaron dos bodegas abandonadas. “La primer bodega tenía detalles muy buenos y nos tomó bastante más tiempo que el esperado, la ‘segunda bodega’ nos dio una linda sorpresa, al parecer era una antigua usina de principios del siglo XX con detalles artesanales en ladrillo que solo he visto en bodegas de primer nivel, contadas con una mano. Eso es lo bueno de las salidas de campo, siempre traen sorpresas”.
Gracias a ese trabajo de campo, y otras colaboraciones, Martín ingresó a trabajar en la Universidad de Mendoza, en las materias de Dibujo e Historia, donde colabora con la Dra. Arq. Liliana Girini, una referente en el trabajo sobre el patrimonio mendocino, especialista en paisaje y arquitectura vitivinícola. Ella le aconsejó solicitar una beca en el FNA para continuar su investigación, pero de una manera más académica, que espera tener lista para mediados de este año. “Si el Covid me deja”, expresa Martín.