Andar en bici aumenta la creatividad, la productividad y el buen humor

Por María Teresa Canelones Fernández

 

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“Quien logre llegar a la maestría de la bicicleta, ganará la maestría de la vida”, aseguró la escritora estadounidense Frances Willard, mientras el siglo XIX transcurría entre guerras, teorías, inventos, descubrimientos científicos, movimientos artísticos y revoluciones políticas e industriales. El conocimiento y las ideologías ya gobernaban el mundo y, por suerte, una mujer sospechaba que el velocípedo sería el medio de transporte naturalmente asociado a la libertad.

Y es que la vida parece un videoclip cuando se anda en bicicleta, y mejor aún cuando pedaleamos con audífonos. La alegría de vivir se intensifica y se comparte porque sí, al azar, sin posibilidad de reproches y coincidencias. Las calles se tornan amables entre el anonimato y no existen atajos que acorten el ritmo de esta infinita alfombra persa donde cada cual deja estampada su historia durante el recorrido.

Más allá de los beneficios terapéuticos relacionados a la buena circulación, andar en bici aumenta la creatividad, la productividad y el buen humor. Se vuelve a ser niño en un intento de ganarle la carrera a la áspera rutina. Es una excusa para no graduarse de adulto. Te da la impresión de que te vas a un viaje de aventura, sin destino definido, donde te espera un camino misterioso, incierto, pero donde intuyes que no puede suceder nada malo.

La gente que anda en bicicleta parece escapada de algún cuento infantil, es una colorida franja que huyó de un graffiti de la ciudad. Una pincelada fugaz de Montmartre –el barrio bohemio de París– y sea cual sea su destino, les espera un helado de chocolate, una sala de conciertos, una inolvidable obra de teatro o una deliciosa comida en la que jamás faltaría el postre.

La “bici”, además de representar equilibrio y sabiduría para Albert Einstein, así como la “esperanza para la raza humana”, según el escritor británico H.G. Wells, también resulta inspiradora en términos actuales desde la crítica social, la inclusión, la promoción turística y como muestra de la alegría caribeña, en mensajes difundidos a través de la música de reconocidos artistas latinoamericanos como Carlos Vives, Shakira, Kevin Johansen y Juan Luis Guerra. ¿Quién no ha escuchado «El Niágara en bicicleta»?

En un paseo donde las cornetas de los autos se convierten en melodías armoniosas y logramos comulgar con la naturaleza y su equilibrio, la bicicleta se humaniza y adquiere vida propia pese al motor del pasajero, a las señalizaciones, direcciones y velocidades. A veces taciturna, a veces pretenciosa, a veces despistada, pero siempre libre.

 

EL LSD y la bici

Aunque tradicionalmente el Día Mundial de la Bicicleta se asocia con el 19 de abril,  en 2018 la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 3 de junio como el día oficial para su celebración, por considerar que la fecha anterior estaba vinculada a una droga.

Es que el día 19 de abril de 1943, el químico suizo Albert Hofmann hizo un experimento para comprobar los efectos en el carácter del LSD. De modo que tomó 0,02 miligramos de esta sustancia y al poco tiempo comenzó a tener alucinaciones, por lo que su asistente tuvo que acompañarlo hasta su casa. Ya que había guerra, el recorrido se hizo en bici y, al parecer, las alucinaciones fueron mucho mayores. Ya en los años 80, el profesor de la Universidad del Norte de Illinois, Thomas B. Roberts, decidió conmemorar lo realizado por Hofmann y nombró a dicha fecha como el “Día de la Bicicleta”.

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