Por Mariano Lázaro
“En las imágenes de todos los días, comunes,
es donde quiero descubrir lo extraordinario”
Hayao Miyazaki
La primera vez que vi una película del Studio Ghibli, debo haber tenido 7 u 8 años. Con una mezcla de fascinación y horror, vi cómo los padres de una niña se convertían en cerdos, y cómo un pueblo aparentemente abandonado se poblaba de espíritus. Fui testigo de brujas con gigantescas verrugas en la frente, de un dragón que podía transformarse en humano, y de dioses que se bañaban en aguas termales. Quienes reconozcan las escenas y personajes que he mencionado, saben que estoy hablando de «El viaje de Chihiro», una de las películas más famosas de Hayao Miyazaki. Y a esta primera, encontrada por casualidad en un día perdido entre tantos de la memoria, le siguieron muchas otras, las cuales aún hoy continúan haciéndose un hueco en el corazón de sus espectadores.
El Studio Ghibli se fundó el 15 de junio de 1985. Desde entonces, de la mano de Miyazaki y de otros animadores reconocidos, ha regalado al mundo una serie de películas aclamadas por la crítica, que brillan no solo por su calidad de animación y por la perfección de sus bandas sonoras, sino por los sentimientos que transmiten en cada una de sus historias. “Hay que estar decidido a cambiar el mundo con tu película”, dice Miyazaki, y nos da un ejemplo contundente de su visión de la misión tanto del arte como de los artistas. Con su eterno cigarrillo en la boca, con su famosa barba y una imaginación prodigiosa que lo exhorta a seguir trabajando, su vida diaria se refleja en cada una de sus obras.
Lo que resalta a primera vista en sus películas es una resignificación de lo cotidiano. Como sugiere la frase incluida al principio de este artículo, la magia del Studio Ghibli se encuentra en el trato minucioso que pone en los detalles. En cada elección de color, en cada gesto, en cada paisaje. Magia que no solo se encuentra en cada juego de luces y sombras, sino también en las pequeñas expresiones que dan vida a sus personajes, ya sean seres humanos o seres fantásticos. Sus obras tienen por heroínas a mujeres “fuertes y decididas”, en palabras de Miyazaki, y escenas que han sido fuente de inspiración para una multitud de artistas a lo largo de los años. Muchas de sus películas poseen mensajes antibelicistas o ecológicos, como «El castillo ambulante» o «La princesa Mononoke», y si bien en su mayoría están dirigidas a un público infantil, provocan emociones en todas las edades.
Porque da igual si conocemos al Studio Ghibli ahora o ya lo hacíamos de antes. El sentimiento que me produjo aquella escena del tren en «El viaje de Chihiro» sigue siendo el mismo, y la música de su banda sonora me sigue haciendo estremecer. En medio de estos tiempos tan difíciles, no hay nada mejor que redescubrir sus películas o adentrarnos por primera vez en este mundo para dejar que nos atrape y nos fascine. En sus obras, Miyazaki quiere infundirnos el deseo de vivir una vida con sentido, de respirar y dar lo mejor de nosotros mismos, y lo expresa en cada una de sus aventuras. Desde Kiki sobrevolando la ciudad con su escoba, hasta Ponyo recorriendo el fondo del mar, las puertas de Ghibli siempre están abiertas para la niñez que llevamos dentro, y para llenarnos de magia en nuestras horas más oscuras. Para “vivir lo más plenamente posible”, como alguna vez dijo Miyazaki, mientras con una sonrisa nos ofrecía las llaves de toda una serie de universos por recorrer.
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Si quiere conocer más sobre el Studio Ghibli y la vida de su aclamado director, le recomendamos el documental «10 años con Hayao Miyazaki»