Por Mayrin Moreno Macías

Ella no tiene un montón de montañas pendientes en su cabeza. Tampoco se impone desafíos físicos: “un 7.000, un 8.000 (metros)”. A Vicky Tretrop ese tipo de galardones no le interesan. Lo suyo es atesorar experiencias. “La montaña no pasa por allí. Va más allá de lo físico. Las cosas se van dando. Lo próximo que me gustaría conocer son los volcanes del Norte de la Argentina”.
Para una “vagabunda”, como diría ella, que disfruta caminar la montaña, andar por ahí y hacer fotografías, esta cuarentena ha sido otro desafío más. Cumplió 57 años de edad alejada de sus hijos, su familia y amigos, pero con la convicción de que las cosas suceden en el momento perfecto y en la forma más mágica posible. “Estuve conversando con un amigo que se encuentra en Bérgamo, Italia, y me contó que miraban lo que sucedía por la tele, pero hasta que no vieron morir a gente allegada, un primo, un tío, un abuelo, un amigo del colegio, no tomaron conciencia. Bérgamo es una ciudad como San Rafael y se mueren muchísimas personas por día… No sé si aún hemos hecho conciencia de la responsabilidad de cuidarnos a nosotros y a los demás”.

No más agrotóxicos
El 10 de febrero de 2020 Vicky lloró por un largo rato. No supo por cuánto tiempo, porque no tenía reloj. Cada lágrima fue de emoción, de agradecimiento y de asombro. Ese día hizo cumbre en el Aconcagua con Sandro Mancini en una expedición del Club Andino Sosneado. Caminaron 12 días para alcanzar el cerro más alto de América. Hasta el penúltimo día los acompañaron cóndores.
“Como voluntaria de la Fundación Bioandina, para la preservación del cóndor, me habían pedido ‘poner el rezo’, como dicen los pueblos originarios, en la cima de la montaña. Se trata de hacer un pedido al cerro más grande para que no se usen más agrotóxicos, porque el cóndor se muere, es decir, es un llamado de atención, una manera de mostrarnos a nosotros mismos que vamos a terminar todos intoxicados”.

¿Fotógrafa o montañista?
“Es como el cuento de qué fue primero: ¿el huevo o la gallina?”, responde. Para explicar este amor entrelazado, Vicky retrocedió el tiempo en una fracción de segundo. “Nací en Valle Grande. Los cóndores pasaban a saludar siempre por casa. Mi papá trabajaba en Aguas y Energía. Tuve la oportunidad de caminar esa hermosa ‘montaña’ antes de todo el desarrollo turístico actual. Después nos mudamos a la ciudad para cursar la secundaria. Una vez que terminé, empecé el Profesorado de Educación Física”, cuenta.
El 16 de junio de 1983 empezó a funcionar el Complejo Las Leñas. Ella y su familia iban a esquiar, así que mientras cursaba, se anotó en los cursos para ser instructora de esquí. Se escapaba todos los fines a Las Leñas. Terminó el profesorado y se dedicó al esquí. Por 11 años estuvo entre Andorra y Estados Unidos.
Después, durante 14 años, por esos vaivenes de la existencia, cumplió con un estilo de vida más relajado, hasta que volvió a encontrar en la fotografía otro andar. Estudió con Fabián Urquiza, Gustavo De María, Gustavo Pomar y tuvo el privilegio –dice– de caer en las manos de Sergio Pantaley. Fue por unas clases de iluminación y se quedó un año.
Sin embargo, ese enamoramiento por la fotografía ya era de sangre. Su papá hizo la documentación de todo el desarrollo de Las Leñas.
“Siempre saqué fotos porque era la manera de guardar lo que iban registrando mis ojos. Viajé mucho. Con mis hijos pasábamos un trimestre en San Rafael, luego en Las Leñas y otro de regreso en San Rafael, y eso lo guardan en su corazón como un lindísimo recuerdo”, afirma.
–¿Cómo es tu propuesta fotográfica?
–Me considero una fotógrafa de la naturaleza. Me gusta caminar y lo hago permanentemente, tengo un archivo fotográfico bien nutrido, no es que saque fotos lindas sino que voy a lugares preciosos.
Mujeres del Monte
Para este mes, el Club Andino Sosneado había contemplado una serie de charlas denominadas “Mujeres del Monte”. Estas reunirían a las mujeres que han caminado y que han estado relacionadas con la montaña para que cada una cuente su experiencia. Es posible que las fechas varíen.
Vicky estará presente con su mamá. “Ella tiene 80 años de edad. Vivió en Las Leñas durante muchos años, fue la directora de la escuelita y aprendió a vivir con un montañés. Su experiencia es otra”, cuenta.
–¿Alguna vez has pensado en abandonar?
–¿Te refieres a no subir una montaña?
–En la vida…
–Siempre me reinvento. Ese es parte de mi camino. Tengo miles de sueños que luego se convierten en proyectos. Es así: pienso, sueño, les doy una intención y después suceden. Me encanta creer que lo mejor está por llegar.