Por Carolina Elwart
Mariano escribe y dibuja con una sensibilidad propia de un humano pasado por los siglos del arte. Leerlo es escuchar ecos y voces que nos resuenan a clásico y ruptura. En sus formas de escritura el camino es laberíntico, extrañado como un campo de minas donde nos detenemos a mirar las flores crecer. La delicia de su escritura nos deja en el perfecto equilibrio de una caída y el golpe que nos despierta en el punto final. Quien escribe sabe que pasar del papel a la lectura de otros es todo un reto, a algunos les sale natural, como la cera del oído, a otros es como mostrar el esputo de nuestra boca, que como en el cuento de Di Benedetto, todos insisten que es sangre y nosotros solo vemos mariposas ciegas. Mariano venció a Reducido y salió a colgar sus escritos en una página de Instagram, ahí lo encuentran y lo disfrutarán como siempre que lo leo.
Ideas
Hace unos meses una idea se me escapó por el oído. No la pude atajar, y se estrelló contra las baldosas del baño. Avergonzado de mi torpeza, escondí el cadáver en un cajón del escritorio, dentro del capuchón de una lapicera. Pero a la semana siguiente la idea apareció como si nada, mientras yo cocinaba, y me aseguró no estar enojada conmigo. «Son cosas que pasan, pibe», me dijo, y me preguntó si podía quedarse en casa unos días (a lo que accedí, por supuesto). La vi trabajando sin parar, entre mate y mate, escribiendo en cuadernos y hojas sueltas, en servilletas y tickets de colectivo, la que decía iba a ser una gran novela. Y lo fue, en verdad. Algo sobre un secuestro en pleno Conurbano bonaerense, a la que dieron un premio y llegó a ser éxito de ventas en varios países. Me agradeció la hospitalidad con un apretón de manos muy sentido, y con el dinero de las regalías se fue a vivir con otra idea mía que se había mudado a Dublín hace unos años. Formaron pareja, y cada tanto me envían postales y fotos de sus hijos.
Pero acá viene el inconveniente. Cuando cuento esta historia, hay quienes se sorprenden e incluso se enojan conmigo: “¿¡Cómo vas a dejar que tus ideas hagan eso!?”, “¿No ves que todo lo que es de ellas tendría que ser tuyo?”. Entonces me callo y pienso en Alejandro, de quien los historiadores aseguran que cubría sus orejas con cera caliente, como Ulises, pero no para ignorar el canto de las sirenas. No, Alejandro las cubría para que ni una sola idea se le fuera, para ser él mismo la idea encarnada de un Alejandro, la idea encarnada de un Asia unida a una Grecia. Pero yo no soy Alejandro, y ni Bucéfalo tengo, viajando en colectivo a todos lados, con las ideas saliendo solitas del cuerpo y volándose por la ventanilla. ¿Entonces qué puede hacerse? ¿Cómo enfrentarse al ignominioso poder de las ideas sin perder Alejandría en el intento? Ayudarlas nomás, ejercer de padre. Mate tras mate. Compañía y presencia. Dejar que crezcan y se marchen. Quién sabe, quizás algún día, una se acuerde de uno y venga a buscarlo. La idea de no hacerme problema es la única que desea seguir junto a mí.
Los jardines de Deméter
Abonamos la tierra con nuestra literatura, siendo que ya de nada sirve. Regamos los nuevos brotes con la infinidad de santos griales que encontramos a lo largo de la historia, y vertemos el agua de la Fuente de la juventud en dosificadas medidas. La humanidad, la ya no más humanidad, realizó la renuncia definitiva. Nuestros cuerpos alimentan nuestros nuevos cuerpos. Ni la guerra ni la paz nos tocan en lo alto de esta Torre de Babel; miramos con desdén esta Pangea. El arte será el reflejo de lo que fuimos, y su final llegará también. La ciencia fue nuestra prometeica luz ante las tinieblas de la existencia. Pero encontramos la inmortalidad.
El secreto no estaba en los telómeros ni en las aguas del Estigia. Solo en la Naturaleza. Los llamamos los jardines de Deméter no porque sean campos de muerte, sino porque son campos de vida. No yacemos abajo, somos lo que crece arriba. La inmortalidad nunca fue lo perpetuo; siempre permaneció a lo cambiante. Estos bosques alrededor, estos brotes que crecerán. La infinitud se escondía en el no ser. Fuimos una breve estrella al costado de Orión, y este es nuestro último sacrificio.
(Manuscrito hallado en planeta atmosféricamente habitable, de abundante vida vegetal. Prueba N° 3.115 de vida inteligente extinta)
Destino
Guardarás cada uno de los nombres que te dieron forma
y levantarás esfinges que cuenten,
hilando acertijos
como el agua caía a veces
en calendarios olvidados
sin dueño.
Escribiste a la noche versos que nunca te atreviste a cantar
y toda poesía es un aullido arrancado,
una gaviota muda en el pecho.
Un rasgarse la nada en busca de una sola palabra inmortal
que resuene como cascada.
Un relámpago moviéndose en ecos.
Que sea rabia.
Cada letra un río,
y cada río una voz,
que cante las canciones
que nunca antes
tocaron tu hechizo
ni los jardines que amamantaste en secreto.
IG: @fuego.boreal