Distopías, rugbiers y un virus que viaja en avión

Por Mariano Lázaro

 

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Ray Bradbury fue un visionario de la ciencia ficción, un profeta en lentes de pasta que nos mostró en su famoso libro, Fahrenheit 451, lo que el ritmo furioso de la producción en masa y el consumismo podían conseguir. Una sociedad frenética y adormecida en partes iguales, deslumbrada por pantallas y luces de color, que se refleja en nosotros como la terrible mirada que el abismo le devolvió a Nietzsche alguna vez. Por suerte, hoy no tenemos bomberos que quemen libros, ni sabuesos mecánicos que nos vigilan babeando altas dosis de procaína; pero la profecía de Bradbury está presente en nuestras vidas de formas que no podíamos predecir. Hoy los libros no arden, pero falta poco. Hoy lo que arden son koalas y canguros en una Australia que hace mucho tiempo dejó de producir rating.

Al prender la televisión nos encontramos con al menos una decena de canales que nos muestran la carta natal de un grupo de rugbiers. La cárcel se ha convertido en un zoológico donde, por un módico precio, podemos ver la cobertura completa de cómo unos pibes de barrio privado se quejan porque los colchones de sus cuchetas no son cómodos. Pagando una pequeña porción de nuestro tiempo, podemos tener todos los detalles de cómo un virus exportado de China está arrasando con toda Europa, mientras en nuestro país un mosquito se cobra la vida de quienes no pueden acceder a los niveles mínimos de sanidad. Donde niños wichis mueren con las costillas marcadas por el hambre sin que a nadie le importe. Hablar de nuestro tiempo es hablar de un periodismo febril y frenético que procesa las noticias con la velocidad de una máquina, pero cuya información es insustancial y estéril. Hablar de nuestro tiempo es hablar de que un iPhone te define como persona, de que tenés derecho a matar a alguien si te manchó la camisa, de que una economía carnívora devora nuestro planeta mientras dejamos de usar bolsas plásticas para ser más eco-friendly.

¿Qué fue de Chile y Venezuela? ¿Qué fue de esa amenaza de Guerra Mundial que acabó en la nada misma? En esta parodia de 1984, donde ni el mismo Orwell podría decirnos quién es el «Hermano Mayor», nos encontramos solos y desorientados, abandonados a los tiempos de lo inmediato y lo efímero, del hashtag y las notificaciones que nos hacen salivar como a los perros de Pávlov. ¿Qué nos ha hecho tanta información más que volvernos analfabetos funcionales? ¿Qué han hecho por nosotros tantas noticias sobre el Coronavirus más que incitar la xenofobia y la histeria colectiva? ¿Qué nos aporta alentar un sistema judicial débil que cede ante la presión de los medios?

En esta época en que vivimos no podemos hacer más que reflexionar sobre nuestra realidad compartida. ¿El problema son los medios de comunicación o el problema son quienes consumen (consumimos) su contenido? En una sociedad que no escapa de ser un guion de Black Mirror o el principio de lo que en un futuro podría volverse el Mundo feliz de Huxley, no nos queda más que empezar a ser conscientes de nuestros hábitos como consumidores y de nuestras prácticas como seres racionales que pueden decidir por sí mismos. Tenemos el poder de apagar la tele e informarnos. Tenemos el poder de que no sigan infundiéndonos miedo. Pero aún más importante, tenemos el poder de trazar un nuevo camino, y no vivir en las páginas de la distopía que alguien alguna vez escribió.

 

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