Por Mariano Dubin
O en criollo: todo chamuyo se desvanece con un par de negros al lado. Voy a hablar de la antigua técnica criolla y arrabalera de «sacarle la ficha» a alguien. Acá no se necesita ningún manual de instrucciones ni grandes tratados de sociología ni mucha retórica que no termina. Nada de títulos ni palabras grandilocuentes… Una situación, por ejemplo, donde emerge lo inesperado, y el tipo o la tipa «pisa el palito», se «le cae la careta», digamos: le “sacamos la ficha”. A eso vamos: a “sacar la ficha”.
Esta persona durante un tiempo la vino chamuyando de algo y en un momento pasa algo y ya, listo, le sacamos la ficha y ya supimos de una vez y para siempre quién es. Chau, nos vimos, no va más. Nos vemos en el corso. Es un modo popular de conocer el mundo, por intuición, y muy mal visto en medios intelectuales por no corresponder a los grandes relatos explicativos de la conducta humana. Pero la verdad es que no hay análisis más certero que el arrabalero “sacar la ficha”. Hay un momento cuando el sujeto, por miedo, duda, confusión, vaya a saber uno por qué, tiene que actuar a “flor de piel”. Es decir, actuar donde le manda la ideología, su estructura de sentimiento inmediata. Lo que le manda por dentro. Y ahí le salta la ficha. Y de eso voy a hablar: de “sacar la ficha”.
Había una agrupación política (desconozco su actual situación) que en su momento se decía “ultra”, “izquierda”, “popular”, etcétera, etcétera, etcétera. En todo estaban a la izquierda de uno. Es más, estaban arriba de uno diciéndoles a todos lo mal que hacían todo. Evidentemente su humanidades way of life era impecable: pasaban todo el día, en la facultad, en una mesita con cuatro o cinco personas acusando a los otros de “tener privilegios”, “fachos”, “traidores”, etcétera, etcétera, etcétera. Y cada tanto, salían de su búnker revolucionario para ir a una marcha.
Ahora estamos hablando del año 2018. Había una marcha multisectorial a la plaza San Martín de La Plata. Yo había ido solo. Que iba de acá para allá. Mirando. Charlando con uno, con otro. «Eh, hace cuánto cuánto que no te veo»; «qué bueno verte, Marian»; «nos vemos» y «chau». Y dando vuelta por ahí, medio boyando, termino en el momento justo en el lugar indicado. El director de la película evidentemente me puso a mirar lo que tenía que mirar desde el mejor ángulo cinematográfico.
Quedé, en el comienzo del acto, detrás de este grupo político (de unas 10 o 15 personas). Eran, claro, a pesar de haber ya perdido todos sus «privilegios» y estar «deconstruidos», chicos y chicas, blancos y blancas, de clase media. Y bueno, ya Luca Prodan lo dijo mejor que yo, que no voy a repetirlo. Entonces, en esta concentración popular termino en medio de este grupo de jóvenes combativos que se parecían bastante a un grupo de jóvenes en un bar careta de Palermo charlando de lo aburrida y previsible de la vida. Todo parecía terminar en la clásica situación de quedar anclado en el peor lugar del estadio para ver el partido. Pero no.
Acá la situación: en diagonal, por la plaza, emerge una de las derivas poéticas más lindas de mi vida. De repente, sin previo aviso, entran a la plaza obreros de la UOCRA. Entran en una fiesta diabólica, vino en cartón, cantitos de Perón, en moto, saltando, con banderas, en cuero, transpirados. Olor a chivo de tipo que labura bajo el sol. Agitando, a pleno. Todo era el encadenamiento de un grito que sale bien de adentro. Bueno, no todo, porque acá sucedió algo que muchos que estuvieron en esa plaza no me dejarán mentir: esta agrupación y otras de chicos y chicas bien empezaron a correr. Eso: vieron negros y empezaron a correr.
Lo repito para que no piensen que la pifié con el tipeo: los revolucionarios vieron negros y corrieron pensando que los iban a fajar. Los compañeros de la construcción no iban a fajar a nadie. Se estaban sumando a la movilización tal como lucha el pueblo: con alegría y agite. Pero una “cuestión de piel” les hizo a los jóvenes revolucionarios que les “salte la ficha”. Salieron corriendo. Así, tal cual. Era el desconcierto. Todos corriendo. Al palo. Como si fueran a asesinarlos. Como si se encontraran en medio de una cacería humana. Rajaron a todo lo que daba.
Al rato, cuando vieron que los negros no les iban a pegar, volvieron. Ahí, haciéndome el dolobu, le pregunté a uno de sus líderes:
–¿Che, qué pasó?
–Pensamos que venían a pegarnos.
Sí, les saltó la ficha. Porque su temor habló por ellos: tienen miedo de que los negros los fajen. No hay jeta de negro que no le saque la ficha al cheto. Eso es de cajón.