Fotos: Mayrin Moreno Macías y Bautista Franco
Una multitud se avalancha sobre los bailadores y bailadoras para challarlos con espuma, miradas, bombitas de agua y sonrisas. El aire se llena de felicidad y añoranzas. A las 4 de la tarde, con el sol arriba, muchos caminan entre los pasillos de la feria que abre todos los domingos y, frente al viejo galpón del ferrocarril, se recupera por un día una tradición lejana que resguardan sin temores decenas de bolivianos y sus descendientes sanrafaelinos. Las serpentinas y los colores vuelan sobre el caos ritual del Carnaval y los protagonistas hacen gala de sus dotes.
La gente de la zona se agolpa frente a la entrada como gotas de lluvia otoñal y aguarda la llegada de los jóvenes y viejos que vienen bailando desde la calle. Cada giro, en ese baile, es el resguardo de una cultura que pasa de generación en generación y se vuelve eterna en los ojos de los niños y niñas que ven extasiados el mágico evento.
“Es una tradición para no olvidar, estemos donde estemos”, dice Germán Huanca, quien forma parte del grupo que organiza el Carnaval de Salto de las Rosas. “Cuando yo nací, este carnaval ya era grande, yo nací acá pero tengo el sentimiento de Bolivia”.
En los preparativos del ritual, Marisol Estrada comenta que llegó de Bolivia hace tres años y desde entonces se ha sumado a los carnavales: “Presentamos comparsa, zapateo, salay… toda nuestra cultura. Donde sea que estemos, siempre vamos a estar presentándonos, como nuestros compatriotas en Chile, en Mendoza, en Buenos Aires”.
La comunidad boliviana en Argentina supera los dos millones de personas. Cada carnaval es como estar un ratito en tierras del altiplano. “Nosotros nos sentimos orgullosos porque somos bolivianos, siempre vamos a estar unidos y queremos llevar nuestra cultura hacia adelante”.