“Lo mató porque se le cantaron las pelotas”

Texto y fotos: Mayrin Moreno Macías

A 10 años del homicidio de Fabio Basualdo, su madre, Nélida Ríos, conversó con Kilómetro Cero

 

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El cuerpo aún estaba tibio. Ella buscaba un orificio en una pierna, en un brazo. “Levantate, hijo”. Lo sacudía. Cuando le tocó la nuca, el alma se le desprendió. Lo sostuvo casi dos horas entre sus brazos la mañana del 7 de febrero de 2010. “Era bello mi flaco. Con ese pelo color azabache y esos ojos grandotes también azabaches”, dice Nélida Ríos, mamá de Fabio Basualdo.

Horas antes de encontrarlo en posición fetal y rodeado de sangre, todavía húmeda, ella ya estaba intranquila. Fabio había decidido ir a un cumpleaños de 15 en Pueblo Diamante. “No vayás”, le decía ella. Su hermana, dos años mayor que él, esa noche tampoco lo acompañó. “Si no pasa nada, yo vuelvo”, dijo “el Negruza”, como le decían.  “Todavía lo estoy esperando, 10 años después”, dice Nélida mientras se lleva el puño cerrado a la boca.

“Él siempre iba a dormir a casa”, cuenta. Pasaron las 4, las 5, las 6. Como a las 7, Nélida abrió la canilla para tomar agua. Un dolor le traspasaba el cuerpo. A las 8 y 10 le tocaron el portón. Un amigo de Fabio le gritó: –Nélida, Nélida, vamos. – ¿A dónde? –A Negruza le pegaron un tiro.

Las cinco cuadras para llegar al lugar del hecho se le hicieron eternas. Estaba todo convulsionado. La escena había sido clausurada con cintas de seguridad, el ruido de las sirenas era ensordecedor, había gente con caras largas y un juez que impedía pasar. “¿Me va a decir que no puedo ver a mi hijo?”. Mientras se acercaba vio la ambulancia, unos doctores y, en el suelo, bolsas de harina amontonadas. “Ni a los animales se les trata así. Yo misma las quité. Nadie me hacía caso. Se sentía un lío, una trifulca. Ellos decían que mi hijo tenía un arma…”.

 

Un mural gigante

En el barrio Kirchner son las 3 de la tarde. El viento agita las cortinas de color rosa. Hace siete meses que Nélida y su familia se mudaron a esa casa. “El Estado ‘nos pagó’ la muerte de mi hijo, pero siempre lo digo, eso no se devuelve con nada”. En la ventana principal cuelgan peluches, a un costado está una Virgen de Guadalupe y cerca de la puerta unas cuantas macetas. Ya adentro, en la sala-comedor, hicieron un pequeño santuario. Hay fotos de todos sus nietos, sus otros hijos y una en el centro enmarcada con dos corazones rojos y la frase: “Fabio te amamos tu familia”. Nélida cada tanto pasa por allí, sube la mirada y se pregunta para sus adentros: “¿Que hacés ahí?”. Ese día la acompañaban dos de sus hijos, Luciano y Juan Pablo. Ella acababa de llegar de la Casita La Poderosa, lugar donde pintaron un mural gigante con la cara de Fabio.

Sobre un mueble, Nélida extiende una remera amarilla desgastada y un jean. En su brazo lleva tatuado el nombre completo de Fabio y en la espalda su rostro. “Esa fue la ropa con la que me lo mataron”, murmura entre dientes  y  sigue contando: “Cuando pasó lo de mi hijo, él tenía 16 años. Hoy tuviera 26. Lo privaron de muchas cosas, de conocer a sus sobrinos, de ser padre, de ponerse su smoking con su lazo rojo”.

 

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Fabio

Justo antes del fatídico 7, a Fabio lo llevarían a San Luis para internarlo. “Yo te digo algo, de un adicto a un delincuente es mucho el trecho. Con eso quisieron justificar su muerte. Quisiera saber, como en su momento le pregunté al Doroschuk, quien le decía delincuente, qué le había robado mi hijo que yo se lo devolvía. También tengo recortes de todos los periódicos con las palabras con las que se referían a él. Yo sé lo que tenía. Nunca negué su adicción. Nunca jamás. La sociedad se quedó con lo primero que dijeron los medios. Por más que hablés. Busquen los expedientes. Es más, no podía estar tranquilo en la calle porque lo paraban a cada rato por su forma de vestir, hasta que le pedí que no usara más viseritas y que se pusiera remeritas y jeans. Sería ‘negro’, pero había que investigar su manera de ser, su corazón”.

Cuando el Negruza tenía 13 años, Nélida lo seguía. “En aquel tiempo no existía la contención que hay ahora. Golpeé diez mil puertas. Un día da la casualidad que hablé con el Ministro de Salud y le conté mi situación. Yo lo llevaba al hospital (Schestakow), a Psiquiatría. Pasaba cinco horas ahí, pero sabía que no era suficiente y que iba a reincidir. Él mismo me pedía que lo ayudara”.

Nélida recuerda que su hijo era caritativo. Un día que cayó una nevada, Fabio se paró en el umbral de la puerta y le dijo: –Ma, puedo pedirte un favorcito.  –Dime, flaco.  –Mirá, sabés que tengo unos amigos que su mamá los corrió de la casa. “Imaginate, eran cinco hermanos y otro pibe de Rama Caída. Estuvieron una semana en la casa comiendo lentejas, colchones regados en la sala, en fin, eran niños. Otro día se apareció en patas con medias. Le había regalado las zapatillas a un amigo que trabajaba de trapito en la calle”.

 

 

El juicio

A la familia Basualdo le tocó lo peor. Ser pobre hace que todo sea más difícil. En estos diez años han contado esta historia unas 10 mil veces. Resultó ser un típico caso de gatillo fácil. “Yo tengo tanto que agradecerle a mucha gente. Esa «Coope» que se formó y que empezó a darme una mano: a gestionar, a hacer marchas, fotos, gigantografías y cartelería. Si no es por ellos, me hubiese quedado en casa mirando la foto de Fabio, esperando justicia y diciendo ‘sí, me mataron a mi hijo’, y listo”.

La primera marcha que se hizo fue del Kilómetro Cero hasta Tribunales. Ese día se realizaba el juicio a un hombre de Alvear, estaba Gendarmería y les pegaron a todos. El juez la llamó para hablar. Nélida quería que le explicaran por qué Nelson “Urraca” González, cabo de la Policía de Mendoza, a los 15 días estaba libre y por qué seguía trabajando en la Fuerza policial. Nunca le dieron esa explicación. Hasta tuvieron que pedir un habeas corpus, porque en la calle los detenían y más si sabían que eran familiares de Fabio.

En septiembre de 2014 empezó el juicio. Se comprobó que habían plantado “el 22 cortito” que quisieron adjudicarle a Fabio y que el arma homicida fue secuestrada por unos colegas de Urraca y peritada por otros antes de llegar a las manos del juez.

El 14 de octubre, la Segunda Cámara del Crimen sentenció a Nelson González a 14 años de prisión por el delito de “homicidio simple con dolo eventual”. En 2016 se dictó condena efectiva con detención inmediata, pero no apareció. El policía responsable del crimen se había fugado. “Tenía que haber enfrentado lo que hizo. Siempre digo, justo encontró al negro de mierda y lo mató porque se le cantaron las pelotas. Tenía ganas. El arma iba lista para disparar, cuando debía usar técnicas para reducir a una persona. Es similar a estos rugbiers que veo hoy, tenían ganas”.

 

¿Qué has aprendido en todo este tiempo?

–A luchar. Si te caés, no te levantás más. Cuando pasó lo de Sebastián Bordón, uno veía la tele y decía “pobre madre, cómo sigue su vida, cómo sigue sin su hijo”. Cuando me pasó a mí, me pregunté lo mismo. ¿Cómo sigo? Mi marido está en su mundo, mis hijos siempre me acompañan, pero lo que no te mata, te fortalece. Yo lloré mucho, me costaba contar esto, así como ahora, se me hacía un nudo en la garganta, pero decidí continuar con la lucha. He conocido muchas madres que pasaron por lo mismo y compartimos el dolor. Esas mujeres, como te decía, que uno veía en la tele y que pensabas que nunca ibas a conocer, pues sí,  las vi, las abracé y lloramos juntas. Por eso estoy más fuerte que nunca. Y el día que me digan “Nélida, ese hombre está preso”, es cuando voy a cerrar el libro de mi vida.

 

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