Texto y fotos: Mayrin Moreno Macías
Tranquilidad, felicidad y aventura son los tesoros más buscados por los turistas que visitan San Rafael. En el paseo de Los Reyunos encuentran eso y más. El circuito incluye una bodega, la Villa 25 de Mayo, el dique Galileo Vitale y la presa que da nombre al recorrido. En este viaje el guía turístico Valentín Miri se encargó de brindarles una cálida atención para que regresen cada año, si es posible
“En este paseo todos son solteros”. Es una picardía que hace el guía turístico para que los turistas no vayan colgados del marido o de la esposa. Tampoco es fin de mundo. Es para que disfruten del viaje y compartan como los apóstoles en la Última Cena.
Este hechizo empieza a las 2 de la tarde, después de subir a una traffic blanca de Diamante Viajes, y se extiende hasta las 19 y un poco más. Por la Mitre solo transitan uno que otro auto y… los ciclistas. De resto, paz y sosiego, es la hora de la siesta, pero los turistas no tienen tiempo ni están acostumbrados a tal placer. Lo compensan con un día de aventuras y cuyanía.
La traffic empieza la búsqueda de estos afortunados. El guía Valentín Miri los recibe con suavidad, como si desprendiera un pétalo de una flor, y ellos felices y contentos. Son cuatro parejas, ocho tórtolos que viven una segunda luna de miel en San Rafael.
El día está soleado y despejado. Un punto a favor de los turistas porque disfrutan más. Dos de los tórtolos son de La Plata. Érica y su novio vinieron por curiosidad y además porque coincidieron sus vacaciones. Dijeron “ya está, nos vamos a San Rafael”. Esos días hubo cortes de ruta por las marchas en contra de la “ley cianuro”. Les pareció increíble vivir esa experiencia y comprender lo que sucedía. “Si bien nos afectaba, estábamos dispuestos a entender a este pueblo”, dijo Érica. Su pareja no quería hablar. Viven juntos hace ocho meses. A los tres minutos se animó, giró la cabeza sobre el asiento y soltó: “Es lo que buscábamos. Nos parece supertranquilo, como estar en cámara lenta. Hoy desayunamos a las 7, salimos a las 8 y no había nadie. Caminamos una hora y de repente, como a las 10, parecía que todo el mundo había salido debajo de la tierra. ¡Lleno de gente!”.
Por las cornetas se escucha: “Estos terrenos pertenecieron a migrantes españoles, italianos, franceses… Balloffet conoció al español Suárez, se enamoró de su hija, se casó. Pasó a ser el mayor terrateniente. Luego invitó a Rodolfo Iselín, otro coterráneo, para que viniera a conocer estos terrenos vírgenes… Preparen los paladares y las pancitas porque acá se viene a probar vinos… Vamos a visitar la vieja finca de Don Iselín”.
Primera parada: Bodega La Abeja
Los nuevos amigos de Valentín se bajaron como reyes a conquistar tierra desconocida. Mientras esperaban la hora para que se uniera más gente al recorrido, eso era foto y foto. Se sentían en una escena de “Vino el amor”, una telenovela mexicana de 2016. Y con razón, estaban en un lugar que data de 1883. Un lugar que fue un desierto.
El guía turístico los dejó en manos de la guía de la bodega. “Bienvenidos a Bodega La Abeja, la bodega más antigua del Sur de Mendoza…”. Allí pasaron unos 40 minutos de felicidad pura. Aprendieron a elaborar vino con la mirada: hablaban de prensas hidráulicas y continuas, despalilladora, vendimia… Se enteraron de la vida del señor Iselín y de cómo transformó esas 900 hectáreas con tanto amor, de la muerte de su hija Juanita y del cambio de nombre, de cuando la vendió a una familia rosarina, de los actuales dueños, de fermentación y almacenamiento. “La barrica de roble americano tiene el poro más grande”. Y así, con el cerebro gordo, llegaron al esperado final: la degustación. Solo podían probar cuatro tipos de vinos… Salieron recitando poemas de Mario Benedetti. “Porque te tengo y no, porque te pienso, porque la noche está de ojos abiertos, porque eres mía, porque no eres mía, porque te miro y muero…”.
“In vino veritas, in aqua sanitas” arrancaron por la Ruta 143 hasta llegar a la Villa 25 de Mayo.
Segunda parada: Villa 25 de Mayo
En el camino vieron con asombro el túnel de árboles, frondosos pese a la sequía. Valentín les comentó que caen unos 250 milímetros de lluvia anuales y que este era el décimo año de emergencia hídrica. “Hoy está faltando agua en la cordillera. Los ríos Atuel y Diamante están por debajo del 50% de su capacidad para esta fecha… Ah, miren los viñedos de la Bodega Bianchi…”
Valentín tiene la dicha de trabajar para lo que estudió. Es hijo del recordado fotógrafo Don Eliseo Miri. Acumula 25 años como guía de turismo, cocina dulces, habla de plantas y es autor de un libro: «Flora del Monte». Conoce la historia y la dosifica. También se sabe —y a veces cuenta— los chusmeríos o leyendas urbanas de aquellas épocas: apuestas que se hacían, amores posibles e imposibles. Para él, cada día es distinto. «El público se va renovando. Se viven experiencias únicas con cada grupo», dijo.
Minutos después se bajaron en la plaza Bicentenario de la Villa, un sitio impecable. “Todo lo que ven hoy es nuevo”. Valentín mencionaba lo viejo y lo nuevo. Les habló de cada detalle de la plaza, del aljibe, del sistema de riego. Recordó el viejo monumento al que le llamaban “La Paleta”, porque se parecía a la paleta de un viejo lavarropas. Comentó que el nuevo fue hecho por dos artistas sanrafaelinas: Gabriela Cosentino y Eliana Bouyer. Lo miraron de lejos, luego de cerca. Cielo, montañas, un hilo de agua que baja por los cultivos, nativos, Huarpes y el Cóndor. “Está muy bien, las felicito”, dijo una de las turistas. Entraron a la iglesia, más fotos, y con el sol implacable se lanzaron a Los Reyunos.
Tercera parada: el dique y Los Reyunos
“Tengan cuidado que los ciclistas pasan muy rápido y no se pueden detener”, dijo Valentín al llegar al dique Galileo Vitale. Caminaron en fila india por la ruta, disfrutaron del color del agua y algunos decidieron asomar la cabeza para ver las enormes compuertas.
Luego siguieron a Kaike Turismo Aventura, donde los estaban esperando para que hicieran kayak, tirolesa, catamarán, un baño en la pileta y otras actividades. Un valiente dijo: “Sí, me lanzo”, se despidió de su novia, pero después se le quitaron las ganas.
Los demás se lanzaron río abajo y otros viajaron a la isla del Elefante. A algunos no les dio la imaginación para encontrar el elefante, lo que sí vieron fueron unos cuerpos extrañamente pegados a las piedras. Compartieron mates, sonrisas, intercambiaron números y hasta hicieron planes de un asado.
De regreso a la ciudad, Rosa María se hizo amiga de todos e invitó a su casa en Córdoba. A su marido solo le preocupaba que a las 19 se acababa el hechizo de la soltería.