Fotos: Noelia Nieto / Texto: Bautista Franco
Santiago amanece silenciosa. Las puertas enchapadas y las miradas policiales anuncian los sucesos de cada tarde. A eso de las 17, algunas personas concentran en plaza Italia, rebautizada Plaza de la Dignidad, y a las 19 ya está atestada de gente. Los chilenos pasean tranquilos entre los disturbios, a pesar de que la muerte acecha. Para ellos, la salida nunca está a sus espaldas.
Los Carabineros no distinguen a los periodistas y los fotógrafos somos rociados con un cóctel tóxico que hace picar y doler el alma. Los escuadrones de paramédicos de la universidad, con escudos blancos, nos rescatan y nos ayudan a llegar al puesto de la Cruz Roja. Allí también nos reprimen y corremos hacia el parque, donde es más seguro porque la primera línea traza una barricada.
El “país modelo” guarda en sus entrañas una guerra contra la población: un festín de desigualdades, represión, sobreprecios en los medicamentos, capitalización de las jubilaciones, tarifazos, violencia… Una guerra que fue respondida con miles de personas todos los días en las calles.
“Si me puedo morir acá, me muero”, dice Cristian. Su abuela cobra 100.000 pesos de pensión (7.800 argentinos) y gasta 60.000 en medicamentos. Él no puede volver a su casa con las manos vacías.